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El valor de insultar

A mí, de natural pacífico, una de las cosas que más me molesta es el insulto, eso que tanto practicamos en este nuestro país. Pero hay una cosa que me molesta aún más, si cabe: el insulto que se oculta, que se niega, que pretende no serlo cuando su objetivo es claramente faltar.

el 14 sep 2009 / 20:35 h.

A mí, de natural pacífico, una de las cosas que más me molesta es el insulto, eso que tanto practicamos en este nuestro país. Pero hay una cosa que me molesta aún más, si cabe: el insulto que se oculta, que se niega, que pretende no serlo cuando su objetivo es claramente faltar. Aquí hubo un político que lanzó comentarios homófobos sobre otro del partido rival, y luego pretendió que no lo eran. Nada pasó, pero todos lo oímos y lo entendimos. Otro ha habido que ha comparado a un opositor con un artista fallecido, con la clara voluntad de zaherirle; pero sostiene que no quería insultar. En estos casos el faltón le da la vuelta lo que dice, y culpabiliza a su víctima: si interpreta así lo que yo dije, por algo será; si considera que llamarle Zutano es un insulto, es porque él desprecia a este pedazo de artista.

Seamos serios; o, por lo menos, valientes. Reconozcamos nuestra acción: insultar es expresar lo que pensamos de alguien, en términos un poco exaltados. Un calentón lo tiene cualquiera; y la política española no es precisamente unos juegos florales. Si ha sentado mal, unas excusas poco convencidas y a otra cosa. Pero no ocultes lo que has hecho, porque multiplicas el insulto: al destinatario, porque le acusas de sentirse insultado; y a los demás, porque ofendes nuestro entendimiento. Si no tienes lo que hay que tener para no insultar, tenlo al menos para hacerlo.

Miguel Rodríguez-Piñero Royo es catedrático de Derecho del Trabajo

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