Escribió Maquiavelo que la inteligencia del Príncipe debía ser medida por la de sus Secretarios. Se refería el florentino al papel que tenían que jugar aquéllos que rodeaban a los que debían tomar decisiones públicas. Alimentaba una tradición europea que tiene en autores como Gracián o Mazzarino una referencia en torno a lo que deben hacer aquéllos que tienen encomendada la responsabilidad de regir los asuntos públicos y que tan bien describió Furió Ceriol (siglo XVI) cuando se refería a los segundos como héroes, "ya que sobrepasan en inteligencia y en valor al común de los mortales". Tradición que, en sociedades como la nuestra, se ha materializado en el reconocimiento del papel que juegan aquéllos que rodean a los que gobiernan.
Son estos momentos en los que ese recordatorio histórico adquiere una singular importancia: por un lado, porque iniciamos un nuevo ciclo legislativo, contemplado desde la perspectiva autonómica, pero trasladable al ciclo municipal por proximidad temporal. Por otro, porque, en la medida en que nuestra sociedad se hace más compleja y se urbaniza, el papel de la inteligencia se hace más imprescindible. Y aquí es donde quiero hacer el traslado desde la reflexión más teórica a la realidad que nos rodea. En una ciudad como ésta, en la que acontecimientos recientes nos han brindado ejemplos tan sugerentes como el uso de recursos públicos que hacen determinados segundos, o la construcción de identidad pública que realizan representantes públicos municipales, o la ausencia de comentarios acerca del trato que cierto sector de la ciudad ha dado a personas de reconocido prestigio por mor de su estado civil? la pregunta acerca de dónde está la inteligencia que debe rodear al Príncipe no deja de ser oportuna.
Director del Centro de Estudios Andaluces
