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El valor sincero de Juan de Castilla apuntaló la noche

el 20 jul 2012 / 10:32 h.

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El ambiente permanece intacto: pandillones y familias en los tendidos; merendolas y ganas de pasar un buen rato y olvidarse por un rato de las calamidades del país. También pesaba en el ambiente los destellos de esa Puerta del Príncipe descerrajada una semana antes. La verdad es que, con el gobierno, no se hablaba de otra cosa y se espera con inédita ilusión esa final del dos de agosto que rubricará la proyección del nuevo valor del toreo sevillano.

Ayer no vivimos ni de lejos esos fastos pero también hubo pasajes interesantes que mantuvieron el interés de un festejo en el que falló el factor ganadero. Abría cartel Jesús Álvarez, un chico de Santiponce formado en la escuela de Camas que tuvo muy pocas opciones con el inválido ejemplar que saltó en primer lugar. Con el cuarto, muy animoso, llegó a torear con cierto temple no exento de hondura y personalidad aunque faltó ese poquito de más que habría validado indiscutiblemente la oreja que pidió la mayoría del público.

El segundo en discordia era Posada de Maravillas, torero de dinastía que dio una de cal y otra de arena. Mostró cosas buenas, apuntes de calidad con el capote y se encajó toreando sobre ambas manos al segundo de la noche, seguramente el mejor del envío de Marcos Núñez. Pero el quinto, de molesta y encastada movilidad no exenta de posibiidades, se le atragantó desde el principio. El nieto del recordado Juan Posada se perdió en un mar de tirones y sembró dudas...

A la postre el mejor parado fue el colombiano Juan de Castilla, recriado taurinamente en la escuela de Espartinas. Fue el que mostró retazos de personalidad y calidad más contrastada, sobre todo toreando al difícil tercero, un animal desapacible al que logró imponer varios muletazos con un aire personal y un temple deslizante que nos invita a seguir pendientes del muchacho.

Pero el chaval -que se había llevado dos fuertes mamporros quitando en el segundo- remachó su labor con un arrimón sincero para apurar el escaso fondo de un sexto acobardado que se acabó encerrando en las tablas. Juan de Castilla acortó los terrenos, se metió entre los pitones y mostró ganas de ser en un final de faena que, a pesar de la estocada, se prolongó en una agonía que enfrió los ánimos. Se habría merecido la oreja de más peso de toda la noche.

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