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El ya ex ministro de Justicia cae víctima de sus propios errores

Un discurso brillante y bien estructurado y un conocimiento exhaustivo de la Judicatura después de tres décadas de ejercicio del cargo de fiscal no le han servido a Mariano Fernández Bermejo para seguir en el cargo. El ya ex ministro de Justicia dimitió ayer de su cargo para evitar, según sus palabras, que se utilicen asuntos personales suyos contra el proyecto del Gobierno.

el 15 sep 2009 / 23:06 h.

Un discurso brillante y bien estructurado y un conocimiento exhaustivo de la Judicatura después de tres décadas de ejercicio del cargo de fiscal no le han servido a Mariano Fernández Bermejo para seguir en el cargo. El ya ex ministro de Justicia dimitió ayer de su cargo para evitar, según sus palabras, que se utilicen asuntos personales suyos contra el proyecto del Gobierno.

Bermejo no mencionó en ningún momento esos "asuntos personales" que se estaban utilizando contra el Ejecutivo socialista, pero todo el mundo sabía a qué se refería: su presencia en una cacería en Jaén en la que participó también el juez Garzón y que se celebró sólo tres días después de que se destapase la trama corrupta ligada a municipios y comunidades del PP que investigaba el propio magistrado de la Audiencia Nacional.

A Bermejo seguramente no le ha pasado factura su participación en esa cacería, que no hubiera pasado de ser un episodio muy desafortunado y poco más. Lo que ha terminado por hacerle caer ha sido más bien su carácter, ese estilo tosco que ha difuminado su sólido argumentario y ha puesto en primer plano su incapacidad para solventar ni uno solo de los conflictos que se le han presentado por delante en los dos años en los que ha ocupado la cartera de Justicia.

En este tiempo, ha combinado exposiciones dialécticas de enorme rigurosidad con titulares de trazo grueso que le ganaban la enemistad de casi todos por su dificultad casi endémica para tener un mínimo de empatía con sus adversarios, ya fuesen éstos sus rivales políticos del PP, las asociaciones de jueces o los funcionarios de la carrera judicial.

Bermejo siempre andaba a la gresca y jamás rehuía el enfrentamiento, una actitud que cuadraba con su cargo de diputado (la semana pasada terminó su intervención entre gritos de torero, torero que le lanzaban sus compañeros socialistas), pero que casaba bien poco con la responsabilidad de un ministro entre cuyas aptitudes debe encontrarse la capacidad de conciliar la firmeza de criterio con la flexibilidad indispensable para la búsqueda de cauces de entendimiento.

En los últimos tiempos, Bermejo ha acrecentado sus dificultades personales para lograr ese punto de equilibrio. Cometió un error con su participación en la cacería de Torres y terminó por darle aún más munición al PP al reconocer que no tenía licencia para cazar en Andalucía. Y, de otra parte, soportó la primera huelga de jueces del país y anunció que iba a promulgar una ley para declarar ilegales los paros judiciales, una idea desautorizada 48 horas después por la vicepresidenta De la Vega.

Su relevo al frente de Justicia para 2010 se daba casi por hecho, pero los acontecimientos han terminado por adelantar los tiempos previstos por Zapatero. Mariano Fernández Bermejo paga así sus equivocaciones y lo hace con la puesta a disposición de su cargo. Cae víctima de sus propios errores, pero también rompe el principal argumento de un Partido Popular que se agarraba a la cacería como único método para desviar la atención sobre una trama de corrupción que le afecta a determinados dirigentes de su formación. Ahora, el escenario se despeja tanto para uno como para los otros.

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