Repiten todos que estamos, en el tema del voto, en empate técnico. Es un resultado que parece satisfacer a todos, incluso cuando las encuestas no coinciden y parecen decir otra cosa. Que a estas alturas unos y otros aparezcan empatados, y satisfechos con ello, me desconcierta. Y creo que por ello no debemos hablar de empate, sino de derrota múltiple, de fracaso de todos los partidos a la hora de jugar su papel. El partido del Gobierno no ha sido capaz de despegar, a pesar del carisma de su líder, de la gran cantidad de iniciativas puestas en práctica, de la capacidad de combinar un perfil progresista y social con una moderación en las formas y en las relaciones. Sus grandes apuestas o no han funcionado, o no han rendido.
Para el principal partido de la oposición las cosas tampoco pintan bien. Teniendo, o creyendo tener, grandes temas sobre los que atacar al Gobierno; y teniendo enfrente, o creyendo tener, unos gobernantes inexpertos y poco hábiles, no han sido capaces de desgastar al contrario. De ganarse el respeto y la confianza de la ciudadanía, ni hablamos. Y eso que se han esforzado, que no han dado respiro, que no ha habido tema o cuestión que no se haya magnificado, preparado y arrojado sobre la cabeza de los socialistas. Los partidos nacionalistas se atascan, a pesar del peso que han tenido; los de izquierda dilapidan el poder compartido con rencillas internas. Si siguen así las cosas, a lo mejor en las próximas elecciones vemos el milagro de que no todos se consideren ganadores de éstas.
Miguel Rodríguez-Piñero Royo es catedrático de Derecho del Trabajo
