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En busca del librero perdido

Busco un libro, nada trascendental: el encargo de mi hermana para un trabajo de facultad. Comienzo por la sucursal en Córdoba de una cadena de librerías, cuya amplitud casi asegura que me toparé con mi objeto de deseo: craso error. De ser mi meta Mihura o Pérez Galdós...

el 15 sep 2009 / 20:53 h.

Busco un libro, nada trascendental: el encargo de mi hermana para un trabajo de facultad. Comienzo por la sucursal en Córdoba de una cadena de librerías, cuya amplitud casi asegura que me toparé con mi objeto de deseo: craso error. De ser mi meta Mihura o Pérez Galdós abandonaría el local triunfante, pero me marcho en dirección a otra librería, con un sótano que siempre identifiqué con el amor por la calidad y el desdén por la fecha de publicación.

Y la memoria falla. O quizá funciona, pero los años han modificado el gusto del librero y, al descender, me siento como si Orfeo hallara en el inframundo a su prima la del pueblo: manuales técnicos, estanterías sobre libro práctico, y una torre móvil con una cara para Cátedra, otra para Castalia, una tercera para Austral y la última, en pirueta, combinando Alianza y los clásicos para instituto de Anaya. Esta generosidad espacial me insufla esperanza; la pierdo cuando el título que busco se resiste. Cambio de escenario, otra vez, a una tercera y más pequeña cata: le pregunto directamente por la autora, la dependienta responde que no trabajan ese campo. ¿Poesía, siglo XIX, literatura? La cuarta, para mi desesperación, cierra por vacaciones, y una quinta lo hace por inventario.

Sin alternativas en el centro, cedo al enemigo: me acerco a la librería de un centro comercial. Con menos espacio para literatura que sus predecesoras en mi ruta, ahí está: En las orillas del Sar, de Rosalía de Castro, en varias ediciones diferentes. ¿Mecánica? La tengo. Si la deseo crítica, con introducción y notas al pie, también dispongo de más de una y de dos opciones. Incluso una más lujosa, con su lomo dorado. Regreso con el libro en el bolso, y preguntándome si ese librero perdido, ese príncipe azul de los lectores inquietos, no se esconderá en los lugares más insospechados; o si el gusto del público aprieta a los grandes, sí, pero ahoga tanto a los pequeños que deben apretarse el cinturón y renunciar a su espíritu.

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