Local

En el nombre del padre

el 08 may 2011 / 06:38 h.

TAGS:

Un empleado de Mercasevilla reparte las cajas con pescado de los mayoristas

El toreo se partió en dos hace una semana. Un trasteo revelador, una faena iniciática resuelta con una cadencia inédita y la majestad de los elegidos adentraba al viejo oficio de capear toros en nuevos registros y en otros caminos estéticos cuando creíamos que todo estaba inventado. La Feria de Abril vivía un antes y un después del suceso, pero el eje del singular planeta de los toros también había cambiado de grados y había sacudido sus cimientos. Sólo los que nunca se enteran de nada se enredaron en las fías y porfías de un indulto que ya ocupa un segundo plano al lado del secreto revelado por José María Manzanares. Pero el alicantino no había sacado la espada de la piedra por casualidad. Como Arturo de Camelot era el elegido y había bebido de fuentes antiguas ese toreo que sabe a Mediterráneo y a sal; esas formas enhebradas en la mejor tradición del arte luminoso de los creadores levantinos.

Para hablar de José María Dolls Samper hay que hablar de José María Dolls Abellán. Bendita sea la rama que al tronco sale. Más que un exigente espejo en el que mirarse, el joven Manzanares encontró en su padre una piedra angular, el concepto de un arte basado en la búsqueda de la naturalidad y en el apoyo de un sólido oficio. A su ilustre progenitor le sacó a hombros por la Puerta del Príncipe la flor y nata de la torería pasando por encima de los mediocres que no querían descorrer el pesado cerrojo de una gloria que le fue negada tantas veces por mezquindades que no vienen al caso. Fue hace cinco años, en la sorpresiva retirada que eclipsó el cuidado debut de Cayetano en un festejo que acabaría entrando en la historia por caminos imprevistos. Al final de aquella tarde crepuscular que estrenaba el mes de mayo sólo se habló del viejo Manzanares que al entregar a su hijo mayor las tijeras con las que debía cercenar la simbólica coleta, también le hacía custodio de un pesado legado que, como los talentos bíblicos, estaba predestinado a multiplicar.

Han pasado algunos años y sólo ahora se comprende el gesto del veterano torero. ¿Se había mantenido en activo para mostrar a su hijo el camino correcto? El vástago tenía el don, había nacido con él, pero quedó prácticamente disipado por la vida y la inmadurez de una juventud vivida en las esquinas del toro después de aquella lujosa alternativa alicantina. En aquel evento emocionante Enrique Ponce, con señorío de gran torero, entregó el estoque de acero al padre del nuevo matador para que fuera éste el que se lo cediera simbólicamente en un doctorado al que tuvo que asistir de paisano. De aquella ceremonia al corte de coleta pasaron tres temporadas en las que Manzanares no lograba alcanzar el diapasón que había tocado de novillero. La retórica ganaba a la poesía y mientras, apurando sus años en la profesión, el viejo maestro aún salpicaba éste o cual ruedo de faenones antológicos que enseñaban el verdadero camino a seguir.

El 1 de mayo de 2006 llegaba aquel punto de inflexión. Retirado el maestro, tocaba seguir la obra que en el hijo, asumiendo el exigente espejo paterno, se iba a revelar con una creciente majestad y un sentido sinfónico de la expresión torera que irían elevando considerablemente su techo. Pero lo que en su padre era tormento en el hijo era gozo. Cosas de la genética, seguro: el barroco naturalista de uno era un manierismo por evolucionar en el otro. Y evolucionó, vaya si evolucionó...

Nada importaron las sucesivas e inoportunas enfermedades, extrañas dolencias y lesiones a destiempo que aplazaban su definitiva explosión, la depuración de un modelo de arte de torear que se injertaba en el mejor tronco ordoñista con un lenguaje nuevo. Mientras, se iba consolidando su romance con la plaza de Sevilla una temporada tras otra y se iba acariciando que, más pronto que tarde, se iba a producir un suceso definitivo sin que pudiéramos adivinar su dimensión. Quiso la casualidad o el destino que en su empeño -algo forzado- de indultar un toro en la inauguración de la plaza de toros de Utrera sufriera el corte de varios tendones de la mano izquierda que, una vez más, le obligaron a cancelar la temporada 2010. Lo que en un principio pareció una lesión más se acabó convirtiendo en un calvario al que no se le veía el final. Quizá en ese tiempo de zozobra y recuperación, viendo como se posponían una vez tras otra los planes de reaparición, acariciara lo que estaba por venir. Arreciaban los rumores y el largo rosario doloroso de operaciones parecía no dar fruto pero el tesón de los hombres de luces volvió a imponerse y Manzanares se enfundaba el vestido de torear para deslumbrar a propios y extraños con una retumbante mascletá valenciana que sirvió de declaración de intenciones. Aún quedaban algunas semanas para hacer el paseíllo en Sevilla pero eso ya es otra historia...

  • 1