Cultura

"En el Sur no necesitamos imaginar la brutalidad, la hemos vivido"

El novelista griego Petros Márkaris, autor de la saga del comisario Jaritos y estrella de la próxima Feria del Libro de Sevilla, habla de su novela ‘Con el agua al cuello’

el 02 abr 2012 / 19:19 h.

-Vargas Llosa se preguntaba al principio de una de sus novelas en qué momento se jodió Perú. ¿En qué momento se jodió Grecia?

-Hasta el momento, lo dividíamos en tres secciones: de 1974 a 1981, fase inmediatamente posterior a la dictadura, el momento de los sueños y las grandes ilusiones, el sueño de la democracia, de vivir en un mundo libre, la toma del poder por el pueblo; de 1981 en adelante, con la entrada de la Unión Europea, comienza el periodo de las falsas ilusiones. Grecia empieza a pensar que somos ricos, vivimos en la opulencia, el tiempo de tener tres coches y casa en la playa. Hasta 2007, que llega la desilusión real.

-Hace poco, pudimos ver una imagen de Olga Onassis rebuscando en la basura, metáfora perfecta de que incluso los ricos padecen la situación.¿Es una impresión real, o algunos han logrado escapar, o incluso enriquecerse con la crisis?

-Delante de mi ventana, cada mañana, veo a gente hurgando en los contenedores de basura. A los ricos, en cambio, no les entiendo. No tengo nada contra la riqueza, es parte de nuestra vida normal. Pero esa clase de gente que ha prosperado jugando, haciendo trampa, defraudando al Estado, sólo me inspira furia. Desde el 2010 hasta ahora, esa gente ha sacado seis billones de euros que habían amasado con el deporte nacional griego: la evasión fiscal. La segunda parte de mi trilogía, que ya ha salido en Grecia, girará en torno a la evasión fiscal.

-¿Y qué influencia tienen ahora los intelectuales griegos?

-En los tiempos duros, tras la guerra civil, los intelectuales jugaban un papel decisivo en los sucesos. Estaban en una posición de ayudar y de influir a la gente. Esto hoy no ocurre. Claro que hay una gran discusión sobre la crisis, pero pienso que la gente no sólo debe saber qué es la crisis sino cómo enfrentarse a ella; la manera de tratar con ella. Y esta parte debería estar en manos de los intelectuales.

-¿Cuánto remontará Grecia el vuelo? ¿Cuando los demás vean que no se le puede exprimir más?

-Ojalá lo supiera. Pero ¿sabe? no sólo los pueblos de Grecia o España sino todo el mundo parece haber olvidado el argumento principal de 1789: nosotros somos el pueblo. Ahora decimos: somos los mercados. Y eso es un desastre. De manera que no sé. No sólo depende de Grecia. Depende de cómo se desarrolle la situación a nivel mundial, cuál será la evolución mundial. El destino de Grecia depende de esto. No sólo es que vayamos a atravesar tiempos muy duros: eso ya lo sé. Pero cuánto va a durar y cuáles serán los próximos paso, eso no lo sé.

-Algo más agradable: ¿recuerda el momento en el que eligió el griego entre sus tres idiomas y rechazó los otros dos?

-Lo recuerdo muy bien. Fue en Viena. La Viena de los años sesenta era una ciudad con gente muy cortés, gente con unos modales extraordinarios. Pero esta cortesía, estos modales extraordinarios terminaban en el umbral de sus casas. Nunca te habrían dejado entrar. Todo se paraba en la puerta. Entonces no había tantos estudiantes extranjeros, éramos muy pocos. Así nos sentíamos muy solos. Y si eres un chaval joven de Estambul y te sientes solo, te lanzas a la matriz de tu madre. Y la lengua es la matriz. Así que escogí la lengua de mi madre. Tal vez, si me hubiera quedado en Estambul habría sido al revés y habría escogido el alemán. Porque hablaba igual de bien el alemán y el griego, para mí era lo mismo.

-¿Qué rasgos comunes tiene Markaris con los otros autores actuales de novela negra mediterránea?

-No me siento cerca de ellos: soy parte de esa literatura. Creo que hay grandes diferencias entre la literatura de género negro que se está haciendo en el Norte y en el Sur de Europa. La primera, la brutalidad con la que se cometen los asesinatos en el Norte, versus los crímenes casi humanos [risas] del Sur. Y eso porque el Norte ha estado engañándonos, convenciéndonos de que eran más humanos y liberales que nosotros, mientras escondían la brutalidad real que existe allí. Los albores de la novela negra sueca fueron el asesinato de Olof Palme; mientras que el Sur ha atravesado una tormenta de acontecimientos políticos. Portugueses, griegos, italianos, españoles, todos hemos pasado por dictaduras, y ya estamos cansados de brutalidad. No necesitamos imaginarnosla, la hemos vivido.

-¿Y la segunda?

-La segunda diferencia es muy humana: la cocina, ese problema social. Es imposible leerse un libro de Vázquez Montalbán sin desear la comida de Pepe Carvalho. Y lo mismo sucede con Camilleri y su Montalbano: un personaje que está convencido de que resolver casos es muy importante, pero primero hay que comer. Tomemos ahora a los libros de Mankell, todo el día comiendo bocadillos. Así no se puede vivir. Puede que se deba a que las mujeres del Norte se emanciparon antes que las del Sur, dejaron las cocinas para acudir a sus puestos de trabajo. Ha sido muy bueno para las mujeres, pero malo para las cocinas. En el Sur, esa emancipación ha llegado más tarde. Para mi generación, la comida era la prueba de que el ama de casa era buena, no el hecho de que la casa estuviera limpia. De ahí que también sea importante para nuestros protagonistas.

-En España hay pocos escritores griegos traducidos: Papadiamandis, Ritsos... ¿qué nos estamos perdiendo?

-Creo que lo que más os estáis perdiendo, y que no se puede remediar fácilmente, es la poesía. Tras la I Guerra Mundial, tras lo que llamamos la Tragedia de Asia Menor, la derrota, la poesía era el mayor soporte para el pueblo. También hay excelentes novelistas como Karagatsis, como Tsirkas, que es un gran novelista. Y ustedes se lo están perdiendo.

-¿Cómo recuerda el trabajo con su amigo, el malogrado Theo Angelopoulos?

-La mayor diferencia entre Angelopoulos como director y yo como escritor, es que yo hablo de la realidad, y él de la Historia. Eso nos hacía muy complementarios, siendo muy diferentes. Yo aprendí que debía intentar contar la historia que él tenía en la cabeza, no la mía. En Venecia, dijo que le gustaba trabajar conmigo porque yo siempre decía la verdad. La gran fuente de conflicto era cuando me decía: "Llevamos 40 años trabajando juntos y no has aprendido nada de cine". Yo le decía sí, la causa era que me había pegado todo ese tiempo peleándome con él, corrigiendo esos guiones tan mediocres que me enviaba. [risas]

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