Fuegos artificiales de la Feria de Sevilla 2014. / Pepo Herrera
(FOTOGALERÍA. Ambiente del último día de Feria)
«Pues lo normal, hombre, lo normal, la gente ha cogido ya camino de la playa, que también apetece», aseguraba ayer, con toda la tranquilidad del mundo, un feriante de pro apostado sobre la verjita de su despacho de viandas. Es curioso. La frase que hoy se contempla con la misma naturalidad con la que nos embuchamos una jarra de rebujito provocó escozores, años ha, cuando un alcalde de Sevilla deslizó la posibilidad de no abusar del Real el fin de semana y marcharse al agüita.
Último día de Feria. / Foto: Carlos HernándezRetroactivamente podemos afirmar que le han hecho caso. Ayer, miles de sevillanos holgazaneaban en las orillas de Huelva y Cádiz soñando con farolillos. «Eso es así y no hay más», sentenciaba con proverbial parquedad de palabras Jaime, vigilante de una caseta privada en Gitanillo de Triana. «Que la gente está en la playa hombre, que hace mucho calor, que no se puede poner la Feria de Abril en Mayo, que ya lo dice el nombre, ¿no?» decía de corrido. Tras él las sillas ya estaban amontonadas sobre las mesas. Igual que en aquella terrorífica escena de Poltergeist en la que la pequeña Carol Anne, con sus encantos paranormales, la liaba parda con el mobiliario de la cocina. Sólo que cuando esto acaecía en la caseta eran sólo las cuatro de la tarde. Un caso extremo se dirá. Sin salirnos de la mencionada calle no había suficientes dedos en las manos para contabilizar todas las casetas que habían escrito el punto y final.
Y, como cada Domingo de Feria, la misma idea rondando, un auténtico mantra que ningún político se atreve a aplicar:¿Quién fue el lumbreras que finiquitó el Lunes de resaca? Menos mal que no hay a quien adjudicar semejante dislate, de lo contrario venderían muñequitos de vudú con su rostro. «Pero que no hay que hacer novedad de que la Feria esté hoy tan tranquila, que ustedes los periodistas montan el lío con cualquier cosa, que esto ha sido así siempre», opinó un paseante poco amigo del cuarto poder.
Foto: Carlos HernándezEn todo caso, después de una semana de farolillos intensamente calurosa a la par que generosamente nutrida de público, algo habría que hacer para que los domingos no se vivan en el Real con tanta fatiguita. Porque el ambiente se pone más amargoso que en San Lorenzo la noche del Sábado Santo. Y, salvando distancias, lo de Los Remedios se presupone una fiesta de principio a fin. «Nosotros sólo venimos un día, este, nos gusta cerrar la Feria, aunque jamás la hayamos inaugurado», argumentaba Benita y Alfonso, un matrimonio jubilado de Écija que tienen por costumbre asistir al ocaso del guateque. Viene a colación decir aquello de hay gente pa tó, pero normal, normal, no es.
Como no es muy típico tampoco tomarse un trozo de coco y un chocolate. Al mismo tiempo. Pero allí estaba el hombre, frente a la portada, sentado en un velador: un cachito de coco, un sorbito de chocolate y así... Se le veía feliz. Hay maneras muy sencillas y modestas de ser dichoso en el albero. Manuela, recién aterrizada de Eslovenia, se calaba un sombrero de paja y se hacía la consiguiente foto de recuerdo. ¿Ahora llega usted? «Sí, sí, pero dispuesta a vivir la feria a tope», afirmó esta traductora de español con mucha idea del idioma de Cervantes y muy poca de la idiosincracia ferial. Disfrutar a tope un domingo... No.
Hay cosas imposibles; encontrar un buen salmorejo en la Feria es una de ellas. La otra, pasarlo en grande el último día. «Pues ayer no vinimos porque nos quedamos en casa viendo Eurovisión y, al final, nos arrepentimos porque no nos gustó nada, es que ni la española que cantó, que ya no me acuerdo cómo se llamaba. Por eso estamos aquí hoy», argumentaba una pareja de pipiolos a pie de Tussam con más fe en el festival de la canción que Nostradamus en que se cumplieran sus profecías. No sabemos qué fue de ellos, pero sí advertimos la cantidad de miradas cabizbajas vistas en la hora de la siesta. Que ni para la calle del Infierno porque hacía mucha canícula, ni para los chocolates que no apetecen. Pues vamonó pa casa cariño mio.
Foto: Carlos HernándezQuienes ayer parecían estar doblemente contentos era la población equina. El luctuoso acontecimiento del fallecimiento de un mulo durante la Feria y el desmayo de otro el sábado provocó que, ayer, los veterinarios del puesto de atención estuvieran más vigilantes. También se advertía un mayor tránsito en los abrevaderos. «Hemos dado una imagen muy mala que no se corresponde del todo con realidad», explicaba a lomos de Cura, Manuel Jaenada, entregado caballista. «Mire ahí, el cubo de agua, siempre que paro lo primero que hago es entrar en una caseta para llenarlo;es lo que deberían hacer todos», opinaba mientras se deshacía en mimos hacia su animal. En otro punto de la Feria, a primera hora de la tarde, frente al Circo, un grupo de la ONG Igualdad Animal se apostaba con carteles que aconsejaban al público no llevar a los niños a ver «espectáculos con animales», con razonable éxito, dado el número de papás que, a punto de comprar las entradas, se daban la vuelta y enfilaban el camino al mecánico Gusano loco.
En la calle del Infierno las cosas siempre tienen su propio ritmo. Y si hay un lugar especialmente beneficiado de la modorra de la jornada conclusiva es este. En el Infierno a medida hay cacharritos, tómbolas y mesones que se confunden con casas del terror. «Si te digo que hay más clientes hoy que cualquier otro día no te lo crees», comentaba Alejandro mientras picaba billetes a los retoños que subían en la noria mini, ese colorido artefacto que no coge más altura que la lámpara del salón. «Vamos, siempre toca, siempre toca, siempre toca...». Otro mantra, en este caso tombolero. Pero no, no toca. Al menos no lo que quería Ernesto, ¡una muñeca chochona! Alguien debería haberle indicado que para adquirir tal monería vintage mejor dirigirse a una casa de subastas on-line, donde poder conseguir a precios nada ventajosos la chochona, el perrito piloto o el pelocho del anuncio. Peluches de antaño que hoy se han convertido en preciados objetos de colección. Ernesto no se llevó la muñeca pero sí que, a fuerza de papeleta y de euros, obtuvo una sandwichera primorosamente fabricada en Taiwan que, siendo imaginativos, puede darle el mismo apaño que la pepona de pelos rizados que codiciaba.
A media tarde una modesta reentrada de público alimentaba de esperanzas el Real. Con los fuegos a la vuelta de la esquina los feriantes más militantes regresaban para dar el Do de pecho. «¡El año que viene Manué, en el mismo sitio y a la misma hora!», gritaba un espontáneo al paso de Los Gitanos la pasada madrugá. Pues eso mismo debieron pensar ayer quienes se congregaron para grabarse en la retina la última instantánea de la fiesta. En el mismo sitio, sí, pero por suerte, no a la misma hora. Será el 20 de abril. Hasta entonces, que la resaca del rebujito les sea felizmente duradera.