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En Tennessee no hay asandías

El nuevo presidente del Betis moderniza el perfil de directivo del club y lo aleja del ‘estilo' Lopera.

el 10 jul 2011 / 08:23 h.

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Lo primero que puede decirse de Miguel Guillén Vallejo, sin ánimo de ofender y con todos los respetos para el presidente número 42 de la historia del Betis, es que no pierde nada de aceite. Más bien trabaja con él en los mercados internacionales,sobre todo si es de oliva y de la mejor calidad. Quizá por eso tiene asignada desde el 30 de junio la misión de engrasar el nuevo Betis como si del viejo anuncio del tres en uno se tratase. Rafael Gordillo, José Antonio Bosch y Miguel Guillén, tres en uno para rediseñar el chirriante modelo de club que dejó Manuel Ruiz de Lopera y convertirlo en una empresa digna del siglo XXI.


El presidente del Betis es padre de cuatro hijos: Blanca, la mayor, amenaza con hacerse sevillista "por fastidiar"... cosas de la adolescencia; Miguel es la astilla de tal palo, bético como su padre, su abuelo,el hermano de su abuelo y tantos otros en el árbol genealógico; y Paula y Marta, las pequeñas, no se meten en asuntos balompédicos.Guillén es hombre de trato muy afable. Si no, la paz en un núcleo tan numeroso sería un milagro. Y él obra milagros:resucitar el marketing de un club acolapsado en esa faceta tan crucial no merece otro nombre. Responde por tanto a un perfil de directivo que se ha estilado poco en la casa verdiblanca.Nada que ver con Lopera, un empresario que surgió de la nada, o de vender viseras de papel en los campos de fútbol, y que llamaba asandías a las sandías y arcatufas a dios sabe qué producto. Guillén habla tres idiomas (inglés, francés y alemán), posee un major en Dirección de Empresas y diríase que le falta poco para conseguir otro en Presidencias: fue presidente de los estudiantes extranjeros de su universidad, fue presidente de una mesa electoral en las recientes municipales, manda en su compañía (faltaría más) y ahora preside el Betis.

Miguel Guillén, Miguelo para los amigos, nació en Sevilla un 14 de abril, en pleno aniversario de la Segunda República. Vivió en Los Remedios y cuando acudía al colegio Tabladilla ya era bético. A su padre, Manuel, y a su tío Juan Ramón les debe la vocación por las trece barras y la vocación empresarial. De todos los maestros que tuvo, ellos dos siempre han sido los únicos imprescindibles. Y con las trece barras ya en el corazón y trece años en el DNI, quizá uno más, Miguel viajó al condado de Herefordshire para estudiar en la Belmont Abbey School,colegio interno de los de chaqueta y corbata hasta casi para dormir, zapatos limpios so pena de no desayunar y azotes con caña de bambú donde la espalda deja de ser espalda (y no para ser cuello) en caso de indisciplina.Como el dato no parece relevante,omitiremos si el ahora presidente sufrió ese castigo una o varias veces.

En aquel régimen tan estricto, sin ningún compatriota a mano, Guillén comprendió un par de cosas. Una,que o aprendía inglés o sería incapaz de sobrevivir; y dos, que cada día que pasa se puede ser más bético que el anterior. Es lo que tienen la distancia y la añoranza. Por eso en aquella habitación multilingüe, rodeado de extranjeros, nunca le faltó esa bandera del Betis que también lo acompañó a lo más profundo de los Estados Unidos, a Jackson, cuando su padre lo mandó a la Universidad de Lambuth a estudiar Empresariales. Allí,en el estado de Tennessee, Guillén cambió la disciplina inglesa por la vida estudiantil made in USA. Formó parte del equipo de tenis, entró en la fraternidad Sigma Phi Epsilon y presidió la Asociación de Estudiantes Internacionales.Y siguió siendo del Betis, claro está.

La buena vida se le acabó al futuro mandamás aproximadamente a la misma vez que Lopera se hacía con el club. Mientras el hombre de las asandías y las arcatufas reinaba en Heliópolis, Guillén estuvo en el Banco Zaragozano -"ya has dado muchas vueltas,ahora te toca un trabajo serio", le advirtió su padre-, aprendió el negocio familiar (Aceites del Sur), fundó su propia empresa (Guillén Vallejo SL) y no faltó a su asiento en el primer anfiteatro de Preferencia del Villamarín hasta que se distanció algo del Betis, insatisfecho con quienes lo regían. Entonces apareció Julián García de la Borbolla y le propuso entrar en la Fundación Heliópolis. Un par de años después, era consejero. Y a los seis meses, presidente y sucesor de su ídolo, Rafael Gordillo, al que por cierto admira más desde que lo conoce en persona, porque jamás un mito resultó ser tan próximo y campechano. Guillén es presidente por su labor,pero también por su don de gentes. Es amigo de Pepe Mel,los jugadores confían en él, cae bien a los grupos hostiles a Lopera, se lleva de fábula con la prensa... Y no vende motos (lo suyo en realidad son los coches), sólo naturalidad y franqueza. Por eso ha cometido algún desliz, véase el caso Alfaro. Pero dispone de tiempo para aprender, para hacerse valer en medio del poder que las acciones dan a Bosch y, en definitiva, para engrasar (y perdón por la reiteración en la metáfora aceitera) este nuevo Betis. De momento, su llegada confirma que, al igual que en Tennessee no hay ni asandías ni arcatufas, en Heliópolis ha dejado de haber criaturitas. Ahora hay béticos.

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