Al fondo de los reportajes sobre la tragedia aérea del avión de Air France, los equipos de las cadenas de televisión desplazados a Marchena sacan una y otra vez la gran pancarta que ocupa toda la balconada del Ayuntamiento con la leyenda "No a la ampliación del conjunto histórico" por medio de la cual promotores, constructores, técnicos y dueños de almacenes de la construcción, amén del propio alcalde, han decidido convertir el pasado de su ciudad en el enano Óscar de El tambor de hojalata, de Günter Grass, y no permitir que crezca.
Difícil encontrar otro enclave más historiado ni tan mimado en el Renacimiento por los Ponce de León, una familia que en Italia hubieran sido como los Médici: se extiende desde la medina de la Marchena de los Olivos, glosada por Abenarabí, a la del caserío romántico de las novelas de Juan Valera, el tío de Lorenzo Coullaut. Sería tan única y, al mismo tiempo, tan dual como Budapest si se dejara que la Historia ocupara su sitio. Pero nada de eso importa, al parecer, para esos promotores, constructores, técnicos y dueños de almacenes de la construcción con el alcalde a su cabeza.
Encoger la protección sobre la herencia del pasado habría parecido un "contra Dios" a cualquier ciudadano medianamente cultivado de hace sólo unas décadas pero hoy, por lo visto, se ha convertido en una reivindicación en aras del progreso. Cuentan en Marchena que la mañana de un Viernes Santo un mayete, agobiado por la sequía, se atrevió a decirles a quienes llevaban el paso de Jesús Nazareno:
"Dadle la vuelta y que vea el campo, a ver si se avergüenza". Pues eso: que echen mano de moviola y repitan la escena a promotores, constructores, técnicos, dueños de almacenes de la construcción y al alcalde y que vean esa pancarta: un tambor de hojalata dando la vuelta al mundo.