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Ensayos de persuasión

Este artículo verá la luz una vez concluida la Cumbre de Washington, la reunión del Grupo de los 20, en la que el Gobierno español ha conseguido estar presente.

el 15 sep 2009 / 18:27 h.

Este artículo verá la luz una vez concluida la Cumbre de Washington, la reunión del Grupo de los 20, en la que el Gobierno español ha conseguido estar presente. En ella, se inicia un largo proceso, a decir del anfitrión norteamericano, que conducirá a una posterior puesta en marcha de decisiones fundamentales que tratarían de recomponer una situación que se ha escapado de las manos y que paulatinamente tiende a agravarse. Las expectativas suscitadas probablemente hayan ido mucho más allá de los acuerdos realmente alcanzados.

Las diferencias en la forma en que han de tratarse los desaguisados originados siguen siendo importantes, a pesar de la aparente unidad. La confusión permanece. Puesto que más difícil aún resulta ponerse de acuerdo en cuáles son las razones profundas de tanto desarreglo, y, sobretodo, tener la voluntad decidida de hacerles frente. Desde que se inició la marcha ?no está muy claro hacia dónde? siempre se ha ido a la zaga de las circunstancias. La sensación es la de ir a la deriva, en una travesía en la que parece que no haya nadie dispuesto o capacitado para asumir el mando y marcar el rumbo. Como ha referido alguien, el trasiego parece orientarse tan solo a reordenar las hamacas del Titanic. O a mantenerlo en equilibrio, mientras éste se hunde. No se esperan resultados sorprendentes, entre otras razones porque los milagros, propio de lo sobrenatural y lo divino, aquí en el mundo de los mortales no existen.

Es necesario practicar el mundo de los vivos, tomar tierra. En diciembre de 1930 John Maynard Keynes, en un ensayo publicado en Nation and Athenaeum, titulado La Gran Depresión, decía: el mundo ha tardado en percatarse de que este año estamos viviendo en la sombra de una de las mayores catástrofes económicas de la historia moderna (?) en cambio, previamente, cuando comenzaban a aparecer los motivos de preocupación, no experimentó lo que hubiera sido una inquietud razonable. Empieza a dudar del futuro. ¿Se está despertando ahora de un sueño agradable para afrontar las tinieblas de la realidad? Consciente del colapso, Keynes pretendía, a través del arte de la persuasión, atraer la atención de políticos y ciudadanos. Convencerles de la necesidad de cambiar el rumbo. Son los graznidos ?decía con inusitada lucidez, un 8 de noviembre hace ahora 77 años, el reconocido economista de Cambridge? o cantos de una Casandra que nunca pudo influir en el curso de los acontecimientos. Porque la persuasión, por él perseguida, no pudo abrirse paso entre una población desconcertada y prisionera de las profecías. Su afán era denunciar la lamentable irracionalidad en que naufragaba el quehacer de unas instituciones seducidas por un fundamentalismo egoísta, que protegía el lucro de unos pocos a costa del sufrimiento de muchos.

Persuadido de ello, intentó persuadir a los demás. E insistir en la idea de que puesto que el mundo que hemos creado es producto de nuestra manera de pensar, como coligió Albert Einstein, existen grandes obstáculos para avanzar si no imaginamos nuevas formas de razonar.

Doctor en Economía

acore@us.es

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