Cultura

¿Enseñar o poner la piel de gallina?

La obra está apoyada por un meritorio trabajo de investigación y su valor coreográfico es incuestionable.

el 18 sep 2012 / 22:09 h.

Los bailarines regalaron a los presentes preciosas estampas del siglo XVIII.

Teatro Central. Rew. Compañía Proyecto GR. Directores: Manuel Liñán y Daniel Doña. Guitarra: Juan Requena. Cante: JJUan Debel. Guitarra: Arcadio Marín. Percusión: Ángel Sánchez ‘Cepillo'. Vestuario: Gabriel Besa Entrada: Lleno. Sevilla, 18 de septiembre de 2012.

Decía estos días atrás en estas mismas páginas que echaba de menos una función didáctica a la hora de programar los distintos espectáculos de la Bienal por el desconocimiento que existe todavía sobre el flamenco, en especial sobre el baile, su origen, influencias y evolución.

Anoche vimos un intento serio, Rew, de la Compañía Proyecto GR, dirigida por los bailaores y coreógrafos granadinos Manuel Liñán y Daniel Doña. Trataron de enseñarnos en poco más de una hora de espectáculo poco menos que la historia del baile flamenco y la danza española, desde los preciosos bailes del candil del siglo XVIII al baile actual, pasando por los estilos folclóricos y la aportación gitana.

No creo que nadie se enterara de nada porque el programa de mano carecía de una guía y no hubo un narrador, que hubiera sido lo suyo. A lo mejor uno de aquellos viajeros románticos que venían a conocer nuestro arte para luego divulgarlo. Solo se leyó el decálogo del vallisoletano Vicente Escudero.

El gazpacho fue tal que solo los muy estudiosos del baile y la danza se enterarían de algo, y de esos habría una docena en el teatro, si acaso. Por tanto, si el espectáculo pretendía ser didáctico, explicar el origen del baile flamenco y la danza española, en cuatro movimientos, creo que fracasó en su intento a pesar de que en los dos primeros movimientos la cosa parecía ir bien. La gran preparación de los diez bailarines y bailarinas que forman la compañía nos hicieron disfrutar con aquellos bailes espectaculares de nuestros antepasados, unas veces con música enlatada y otras salida de la garganta del cantaor Juan Debel, que cumplió sobre todo cuando interpretó los festivos y primitivos fandanguillos, la parte digamos folclórica.

Fracasado el intento de enseñarnos la historia de nuestro baile flamenco, con tantas cosas en tan poco tiempo, cabría preguntarse si esta obra tuvo realmente un gran valor artístico como mero espectáculo, que es lo que el pública va a buscar a los teatros, en esta Bienal y en cualquier otro festival del mundo.

No hay que restar mérito alguno a las coreografías, a la preparación del ballet híbrido, al alarde luminotécnico, al trabajo de investigación que han llevado a cabo, al magníficovestuario y a algunas individualidades. Disfruté por momentos y hasta viajé un poco en el tiempo, pero en obras tan pretenciosas como ésta la cuestión está en saber combinar espectáculo y didáctica, sin aburrir ni en una parte ni en la otra, lo que no es nada fácil. Deberían pensarse lo del narrador, pero que no sea el que leyó el decálago de Escudero, sino una de esas voces que parecen salir de otro mundo. Es solo una sugerencia.

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