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Epitafio para un mono engreído

Con infinita complacencia, la raza humana continuaba sus ocupaciones sobre este globo, abrigando la ilusión de su superioridad sobre la materia. Es muy posible que los gérmenes que se hallan bajo el microscopio hagan lo mismo...

el 16 sep 2009 / 06:30 h.

Con infinita complacencia, la raza humana continuaba sus ocupaciones sobre este globo, abrigando la ilusión de su superioridad sobre la materia. Es muy posible que los gérmenes que se hallan bajo el microscopio hagan lo mismo." Han tenido que pasar 111 años desde esta frase de H.G. Wells, el muy premonitorio, para que el duelo se resuelva por fin, con los gobiernos haciendo acopio de vacunas y de llamamientos a la calma, combinación que da a entender a cualquiera que no haya cursado la ESO que la guerra está perdida. "La ilusión de su superioridad sobre la materia": conviene recordar esta frase; la escribió previendo que el ser humano del futuro, en su tozudez a prueba de escarmientos, seguiría siendo incapaz de asumir su fragilidad y negando la gravedad de una invasión como la que se avecina; antes, como tienen por costumbre, las muchedumbres prestas a la bobada preferirán suponer que todo es una maniobra de los taimados poderes mundiales para apartar la mirada de la crisis económica, o una forma de que las mafias de la sanidad despachen de una vez todas esas vacunas que hicieron para la gripe del pollo y que no se usaron, o un culebrón veraniego de los periódicos. En el colmo de la insumisión a la humildad, hay quienes dicen no estar dispuestos a vacunarse aunque se lo mande el Papa. ¿Cuál es el problema del heredero del mono para tomar conciencia de la terrible calamidad que parece estar a punto de desatarse? El mismo Wells da la respuesta en su novela de marcianos: "Con un billón de muertes ha adquirido el hombre su derecho a vivir sobre la Tierra y nadie puede disputárselo." Bonito epitafio.

Las huestes de la gripe no entierran a sus muertos, claro; eso nos ha privado del recuento de sus víctimas, pero no debe apartarnos de la certeza de que también ellas han aprendido (al menos, tanto como los humanos) a vencer al tiempo en su terreno y a encontrar en la propia muerte el modo de reforzarse contra sus enemigos. También ellas, en fin, se han ganado ese derecho a que nadie les dispute el mundo. "Y antes de juzgarlos con demasiada dureza", diría Wells, aludiendo a los extraterrestres de su libro, "debemos recordar la destrucción cruel y total que nuestra especie ha causado no sólo entre los animales" en un mundo donde la naturaleza misma tirita de miedo, viendo lo que ha sido y es capaz de hacer esta criatura bípeda y estúpida que ahora espera compasión fingiendo merecerla, ignorando que los gérmenes no ven cine americano. "¿Es que somos acaso tan misericordiosos como para quejarnos si los marcianos (en este caso, la gripe) guerrearan con las mismas intenciones con respecto a nosotros?"

Volveremos a vencer, dice para sí mismo el hombretón moderno con su ropita de marca y sus necesidades de tahúr, igual que aquel viejo ciego de la novela, vestido con el uniforme del Ejército de Salvación, gritaba "¡Eternidad, eternidad!" en lo alto del carro que lo llevaba hasta su horrendo destino. Volveremos a vencer, es cierto. Es lo que en Hollywood, con infinita complacencia, llaman un final feliz.

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