El humanista Erasmo era holandés, de Rótterdam, pero tuvo muchos seguidores en Sevilla, entre ellos el inquisidor y arzobispo Alonso Manrique, canónigos, nobles y monjes de San Isidoro del Campo. Casi todos acabaron mal porque en cuanto ese medio holandés, el flamenco Carlos V, abdicó, otros inquisidores se dedicaron a perseguirlos. Acabaron ahí los tiempos de una Sevilla librepensadora en la que las artes y las letras brotaban y florecían en cien ramas y comenzaron otros donde las ramas sirvieron para formar la leña de las piras.
Hace veinte años alguien en Europa tuvo la buena idea de crear un instrumento que alargara el horizonte de cada universidad a todo el continente y permitiera la transnacionalización de los estudios. Al programa le pusieron Erasmus, aunque nada tiene que ver con aquel sabio sino, más o menos, con las letras iniciales de las palabras que lo definen (European Action Scheme for Mobility of University Students). Gracias a él más de mil quinientos universitarios sevillanos están estas fechas camino de las instituciones académicas de 30 países mientras otros tantos llegan a nuestras dos universidades.
Unos volverán en el verano siendo un poco alemanes, franceses, italianos, griegos o rumanos; otros se irán con jirones de Sevilla. Alguien me dijo el otro día: esto es ahora lo que la mili era antes. Bueno, pero con algunas diferencias: allí te mandaban a la fuerza, a donde te tocaba y, en mis tiempos, con la irrisoria paga de 30 pesetas al mes; a esto se va voluntariamente, con 6.000 euros de beca, a aprender lo que gusta y a conocer otras culturas. Los Erasmus no tendrán nada que ver con Erasmo pero me gusta pensar que, por una de esas felices coincidencias, es su espíritu renacentista el que ha vuelto.
Antonio Zoido es escritor e historiador
