Cultura

Es hora de echarse a la mar

El paralelismo entre la exposición sobre el Pacífico y el llamamiento rebelde a cambiar el mundo da un nuevo sentido a visitar el Archivo de Indias.

el 25 nov 2013 / 22:56 h.

Maleta de viaje miniEl fondo musical es de esos que hacen dar un paso adelante al héroe que todos llevamos dentro (muy dentro). El ambiente de las escalinatas y galerías, majestuoso pero austero, invita también a sacar del interior de uno mismo las emociones más solemnes. El solo hecho de entrar en el Archivo de Indias es ya una declaración de intenciones. Pero cuando de repente uno se planta ante una enorme fotografía del planeta Tierra en la que solo se ve mar y se le dice que ese enorme trozo de mundo era completamente desconocido hasta el siglo XV; cuando el texto que lo acompaña le informa de que esa ingente masa de agua repleta de vida y de bravura representa nada menos que un tercio de la superficie terrestre; cuando se le dice a uno que los pueblos que habitaban sus costas jamás se atrevieron a explorarlo, por miedo a perderse en su negrura, y que tuvieron que ser un puñado de osados marinos e investigadores los que se echaron al mar apostando la vida en el empeño de ir más allá de lo que permite ver la neblina de los temores y las cobardías... entonces, la sensación de que aquí no se está hablando del Renacimiento sino de la época actual se agarra a las entendederas con la misma resuelta emoción con la que el voluntario de una oenegé con carpetita y peto de colorines se agarra al viandante desprevenido en la calle Tetuán. Es eso: emoción. La exposición Pacífico, España y la aventura de la mar del sur, que se podrá visitar gratis hasta el 9 de febrero, hace vibrar, en el instrumento de la destemplada conciencia humana, una vieja y desafinada cuerda que muchos creían rota y que otros ni siquiera sospechaban que existiera. Es un tañido que enardece y despabila. Cuenta esta muestra, con todo su porte de paneles y proyecciones y su estudiada penumbra, que antaño, para los pueblos que habitaban las orillas de este mar imponente (chinos, japoneses, árabes, incas, polinesios...), el océano era un imposible. Un abismo. Que sus mundos, sus continentes y sus islas, eran como universos incomunicados por mares ignotos. Y que fueron apenas unos pocos hombres del Renacimiento los que se enfrentaron al miedo y, echándose a la mar, reventaron los esquemas del mundo creando uno mucho más maravilloso, estimulante, rico, grande y prodigioso. Para ello, como refiere la exposición, fue esencial la palabra. “Los empuja el deseo de alcanzar las riquezas del lejano Oriente, que la literatura ha mitificado y enaltecido”, dicen los textos. Es la persecución de un sueño, de una utopía, lo que abre nuevas rutas antes inimaginables. Bulas papales, cartas de navegación, objetos rescatados de barcos hundidos, cascos y cañones, maquetas y películas van describiendo al visitante el valor del valor. La importancia de superar los temores. Y allí, a la luz de pequeños faroles, se van contando las historias de los pioneros del mar: de cómo Luis Vaez de Torres avistó Australia. De cómo Álvaro de Mendoña e Isabel Barreto, su mujer, con su barco repleto de niños y mujeres, capitanearon una desastrosa y trágica expedición a las islas Salomón para repoblarla, que nunca llegó a su destino. De cómo Miguel López de Legazpi descubrió las Bermudas e inició la conquista de Filipinas... Y así, unas tras otras, las vidas, hazañas, proezas y muertes de docenas de hombres y mujeres a los que la palabra héroe no les queda holgada. expo pacificoEntre todo el muestrario de vasijas, mantones, monedas, libros, morriones, figurillas y pebeteros chinos con forma de dragón con los que se ilustra el recorrido por las galerías, un artilugio en concreto reclama la atención del visitante predispuesto a dejarse hipnotizar por el mensaje. Se trata de una vieja petaca, una maleta de viaje. Es un cajón grande, ricamente labrado. Está hecho de cuero, madera y caña, y sus nervios son de hierro, como su cerradura. Para el menos motivado de los paisanos allí presentes, aquello no deja de ser un chisme del siglo XVIII, uno de tantos. Para los demás, se trata sin la menor duda de la materialización de ese mundo de osadía y de aventura que se quiere inspirar al visitante. Es la enseña de la exposición, y bien podría ser su eslogan, su grito; algo que resume bellamente el espíritu del viajero dispuesto a cambiar su mundo para poder cambiar el mundo. Y hoy, cuando la rabiosa necesidad de disipar la opresiva y esclavizante bruma de sumisión se ve cohibida por el miedo a perecer en el intento, el significado de esa maleta va más allá. Para quien quiera verlo. En menos de cien años –dicen los textos– este pueblo de navegantes iluminó la zona oscura de los planisferios; desveló la imagen del mundo y tejió una red de puentes y caminos sobre los abismos oceánicos que desde la Antigüedad separaban y aislaban al ser humano. Está por ver si la historia se repite.

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