Cultura

Esaú Fernández destapa en Sevilla sus grandes posibilidades

PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron seis novillos de Los Azores, bien presentados e inválidos en líneas generales. El primero, tuvo calidad. Al segundo no le faltó clase. El tercero resultó más deslucido y el cuarto, flojito, resultó boyante. El quinto tuvo movilidad y el sexto,
Novilleros: Esaú Fernández, de marfil y oro, oreja y oreja.
Diego Silveti, de malva y oro, ovación y vuelta al ruedo por su cuenta.
Javier Jiménez, de azul rey y oro, ovación tras aviso y vuelta tras petición.
Incidencias: La plaza registró más de un cuarto de entrada en tarde de agradable temperatura. Destacaron Vicente Varela y José Antonio Muñoz con el capote y Perico con los palos.

el 20 sep 2010 / 08:02 h.

Esaú Fernández mostró una gran proyección en la segunda tarde toreada en Sevilla.

Volvíamos a la Maestranza con la impresión fresca del último percance que mantiene ingresado al banderillero choquero Jesús Márquez. El toreo es así, pero también da alegrías como la de encontrar a Luis Mariscal, rodeado de los suyos, sentado en el tendido de la misma plaza en la que estuvo a punto de perder la vida hace poco más de un mes.

Para él fue el primer brindis de la tarde, que escuchó envuelto en una sincera ovación. El monterazo se lo había dado el camero Esaú Fernández, que mucho más fresco de ideas, resuelto y capaz, mejoró notablemente la impresión dejada el pasado mes de abril.

Perfectamente colocado, con trazo rotundo y un inusual sentido del temple, el novillero de Camas cortó una oreja del primero de la tarde. Esaú supo administrar la claudicante calidad de ese novillo al que le fallaron las fuerzas en el primer tercio pero que aguantó lo suficiente para certificar -ésta vez sí- sus buenas cualidades y muchas posibilidades.

Dispuesto a remachar el clavo, Esaú repitió porta gayola en el segundo de su lote, al que lanceó con brillantez. El toro cantó en el caballo su invalidez y le costó moverse en banderillas. Sin preámbulos, el camero comenzó su faena con la mano izquierda en una labor sabiamente administrada que no habría sido la misma sin el excelente sentido del temple que maneja el joven novillero sevillano. Esaú lo enganchó adelante y lo llevó largo hasta romperse por completo en una grandiosa serie al natural que cosió a otra mejor todavía, plena de hondura y precisa colocación. En la faena hubo otra virtud: combinar la escasa fuerza del animal con el trazo rotundo de los muletazos para sacar la buena clase de este utrero, que con más motor, habría sido de locura. Lástima que fallara el acero. Quizá se habría abierto otra puerta... Silveti era otro reincidente en el ruedo de la Maestranza.

Más o menos inédito por una cornadita sufrida en su primera comparecencia, se las vio en primer lugar con un precioso castaño que no habría fallado si le hubiera aguantado el motor aunque el novillo tuvo quince arrancadas de alta nota. En la faena hubo más intenciones que resultados, aislados apuntes esculturales antes de que el utrero acabara defendiéndose de puro flojo. Con el quinto, que no tuvo malas intenciones, volvió a mostrar esa elegante apostura -tan mexicana- pero algo ayuna de resortes para llevarlo mejor cosido a la muleta. Sobraron tirones y destemplanza y Silveti añadió poco a su hoja de servicios. La vuelta, de rebajas, se la pegó por su cuenta sin que nadie dijera ni mú, desbaratando esa supuesta aura de figura que le rodea desde que aterrizó en la piel de toro.

Debutante en Sevilla, el espartinero Javier Jiménez evidenció la sólida preparación recibida de su maestro, Antonio Ruiz Espartaco. Pero el tercero, tan escasito de fuerzas como sus hermanos, fue un novillo topón y molesto que sólo le sirvió para mostrar disposición y sincera entrega hasta apurar al máximo el escaso fondo del novillo.

Volvió a salir a por todas en el sexto, al que recibió a portagayola antes de emplearse en una faena tesonera a la que le faltó enemigo. Jiménez se mostró puro en los cites y macizo en los viajes pero el novillo se quedaba siempre a mitad de viaje, sin humillar en los embroques; sin llegar a empujar con los riñones detrás de la muleta. Empeñado en enseñar que sabe torear, dibujó algún natural terso y hasta se llevó una fea voltereta pero el utrero fue el garbanzo negro del envío.

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