Alfredo Sanzol pertenece a nueva generación de autores que está llevando a cabo una significativa renovación de la escena actual mediante una vuelta al teatro de texto.
Aunque, no obstante, estos autores no renuncian a incorporar una serie de recursos propios del lenguaje teatral de las vanguardias, como un esquema narrativo fragmentario, la disolución de las coordenadas espacio-temporales o la ruptura de la cuarta pared. Esta obra, que contiene elementos del surrealismo, la farsa y del teatro de lo absurdo, es un claro ejemplo.
El texto pretende reflejar la atmósfera de la transición democrática de nuestro país mediante retazos de la memoria. Para ello, Sanzol sitúa a los personajes en un terreno de abstracción alejado del consciente colectivo, de ahí el título, y construye una serie de escenas deslavazadas que pretenden reflejar el caos de unos recuerdos infantiles irremisiblemente ligados a unos padres que sufrieron el régimen franquista.
Se trata, sin duda, de una pretensión tan interesante como ambiciosa pero el resultado es una obra repleta de lugares comunes que se limita a esbozar la transición y, aunque el tratamiento del humor apunta a un ejercicio crítico comprometido, la crítica se queda en la superficie.
No obstante la obra se salva por su humor y una puesta en escena repleta de recursos que lleva a los intérpretes a cambiar continuamente de registro, incluso dentro de la misma escena, para regalarnos una magistral interpretación que nos demuestra que, al menos en el teatro, los personajes son mucho más verosímiles cuando los actores y actrices no pretenden ser más naturales a fuerza de contener su gestualidad.
Lástima que la obra acabe desgranando una atmósfera un tanto fría y que, a pesar de su fluidez inicial, el ritmo se resienta debido a su excesiva duración, algo que no se entiende muy bien ya que algunas escenas, como la del cuento infantil o la del vendedor resultan un tanto gratuitas.
