Toros

Escribano sale del banquillo y forma un lío gordo

El diestro de Gerena entró en la corrida como sustituto de El Juli y salió como uno de los triunfadores del ciclo. La familia Miura lidió un notable y variado encierro. Castaño y Rafaelillo dieron una gran tarde de toros.

el 21 abr 2013 / 22:30 h.

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Paza de la Real Maestranza de Sevilla Ganado: Se lidiaron seis toros de Miura, el cuarto como sobrero al partirse un pitón el titular. Todos estuvieron bien presentados y lucieron capas cárdenas en sus distintas variantes. Los mejores del encierro fueron el boyante segundo, el quinto -que tuvo un buen pitón izquierdo- y sobre todo el sexto, algo correoso pero de gran importancia en la muleta. Se le dio la vuelta al ruedo. Primero y tercero, nobles, resultaron más sosos. El cuarto fue un criminal. Matadores: Rafael Rubio Rafaelillo, de obispo y oro, ovación tras aviso y gran ovación. Javier Castaño, de perla y oro con remates negros, ovación y vuelta al ruedo. Manuel Escribano, de nata y plata, ovación y dos orejas. Incidencias: La plaza se llenó en tarde primaveral y fresca al final. Brilló al completo la cuadrilla de Javier Castaño: Marcos Galán lidiando el lote; David Adalid y Fernando Sánchez banderilleando en ambos toros. toros-miura-domingo-01El larguísimo toque de clarín que despide la Feria de Abril era también el toque de atención de un torero que estaba viviendo el momento de su vida. Manuel Escribano había entrado de puntillas en el último festejo del ciclo para sustituir a El Juli, inmerso en la compleja recuperación de la cornada que le privó de consumar su gesto con la ganadería de Miura y que le ha obligado a pasar dos veces por el quirófano. Era difícil llenar ese ancho hueco pero en los rincones del toreo sevillano se decía hace tiempo que Manuel Escribano andaba más que puesto. Tomó la sustitución y se vistió con la misma plata que le sirvió para deslumbrar como novel en una lejana noche de verano. Era su día. Manuel ya había mostrado sus cartas de presentación marchándose a la puerta de chiqueros para recibir al tercero de la tarde. Se colocó muy abierto, más cerca de los medios que de las rayas y el toro, una catedral con dos campanarios que se frenó en los postes de la puerta, acabó arrancándole el capote por encima de su cabeza. Escribano se levantó tan tranquilo y le recetó un mazo de verónicas en la misma puerta de los toriles. No tenía mal aire el toro y el diestro de Gerena galleó por chicuelinas y dejó al toro muy largo para el segundo encuentro. Con los palos en la mano formó otro lío: cuarteando en el primer par; cambiando de pitón y girando sobre sí mismo para prender el segundo y citando sedente desde el estribo para clavar un arriesgadísimo par al quiebro que puso a todo el mundo de pie. El ambiente estaba caliente pero Manuel seguía tranquilo y seguro, haciendo todo bien; con una templada suavidad que no se rompió ni en los pases cambiados con los que inició su faena. Los muletazos sin violentar al toro; el estar naturalmente torero en la cara del miura y la actitud del todavía joven matador le permitieron mostrarse seguro y solvente, brillando especialmente por el lado izquierdo. Hacía seis años que nos se asomaba a esta plaza y dejó al personal cavilando. Pero lo mejor estaba aún por venir. Manuel Escribano volvió a cruzarse el ruedo para hincarse de rodillas a dos leguas de la puerta de chiqueros. La larga salió esta vez limpia y la seguridad del torero en la lidia hacía presagiar cosas buenas. Volvió a tirar de variedad y galleó por rogerinas después de echarse el capote a la espalda con un hermoso farol de color sepia. Sin solución de continuidad, y apercibido de la buena condición del toro de Miura, banderilleó algo menos lucido que en el toro anterior aunque levantó los ánimos con el infrecuente par de la Calafia, una suerte de quiebro en el que se clava al violín. Pero había que remachar la tarde con la muleta en la mano. Sin un solo tirón, empleando la magia del temple y la serenidad aprendida en estos años de banquillo se empleó en una larga faena de intensidad creciente y dulce puesta en escena que enardeció al público. Contó con uno de esos miuras obedientes que –con sus cositas- permiten hacer el toreo. Fue un trasteo de trazo moderno, basado en la cadencia y resuelto sobre ambas manos pero sobre todo en una enorme serie dictada al natural que despejó cualquier duda. Un paisano hasta le cantó un fandango un punto aguardentoso y la banda, para no ser menos, atacó el pasodoble Puerta Grande con su proverbial demora. Pero Escribano aún se gustó en unos precisos y preciosos ayudados antes de agarrar una estocada suficiente. Las dos orejas eran de cajón y le tienen que saber a gloria divina. Pero no se acabó ahí la corrida, un entretenido e interesante espectáculo en el que no hubo lugar a tiempos muertos. Al menudo Rafaelillo, consumado especialista en estas lides, le tocó lidiar a un miura afiliado al sindicato del crimen. Pero antes mostró su solvencia con el primero, un pavo que arremetió contra el portón después de salir de chiqueros con aire y hechuras de toro decimonónico. Rafaelillo se mostró animoso en todo momento y el toro no pasó de suavón en una faena que sólo consiguió ligar los muletazos a base de provocarle y no dejarle nunca parar. Fresco y variado, el diestro murciano convenció a la parroquia maestrante y aunque se pasó de metraje –estos toros no suelen admitir demasiados muletazos- consiguió cuajar algunos muletazos de excelente trazo que se impusieron a sus parones. Un pinchazo, una estocada y un descabello terminaron con la vida del animal. Pero le quedaba pechar con el sobrero que salió en cuarto lugar, un auténtico barrabás con el que se jugó el pescuezo en una emocionante lucha cuerpo a cuerpo que brindó a Álvaro Montes, de la cuadrilla de El Juli. El combate no estuvo exento de belleza añeja y mostró los amplios registros que puede brindar esta vacada legendaria en su mejor versión. Y no se vayan todavía que aún hay más. Javier Castaño se dejó en la punta de su espada alguna oreja. La primera la pudo cortar del segundo de la tarde, un animal boyante que sacó a los medios capoteando sobre los pies antes de escenificar una lidia generosa para con sus hombres de plata y el propio animal. Marcos Galán con el capote y David Adalid y Fernando Sánchez con los palos formaron su alboroto particular antes de su matador cuajara una valiosa faena que brilló más y mejor en las distancias largas. Con las lógicas desigualdades de este hierro, Castaño toreó a placer en un trasteo de metraje justo, medias alturas y preciso ritmo que, ay, no tuvo el necesario refrendo con la espada. Aún podría haberse llevado otra oreja del quinto de la tarde, un animal no exento de complicaciones al que cuajó a la verónica como si estuviera entrenando de salón. Los tres magníficos volvieron a bordarlo y Castaño trazó una faena dicha sobre todo por naturales a la que sólo le faltó algo más de continuidad. Se fue detrás de la espada y saboreó una merecida vuelta al ruedo. Así concluyó una Feria más, una Feria menos. Un año más, fue un placer.

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