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Esculturas urbanas

Nada hay más pretencioso y chirriante que una mala escultura pública colocada sin ton ni son. Uff, es algo tan desacertado que da pánico pensar en su posteridad, que desmoraliza entender que, además de turbar el paisaje sin consideración...

el 14 sep 2009 / 22:20 h.

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Nada hay más pretencioso y chirriante que una mala escultura pública colocada sin ton ni son. Uff, es algo tan desacertado que da pánico pensar en su posteridad, que desmoraliza entender que, además de turbar el paisaje sin consideración, esos mamotretos inclasificables hechos en piedra o esas inexpresivas figuras de bronce que inundan por doquier nuestra querida Andalucía formen parte del acervo común que legamos a las generaciones venideras. Es increíble que seamos tan poco conscientes y que ubiquemos a diestro y siniestro, con el beneplácito y la connivencia de políticos absolutamente desconocedores de las torpezas que bendicen a perpetuidad, esculturas tan rancias y trasnochadas.

El monumento a Isabel la Católica hecho por Benlliure en Granada, el Daoiz de Antonio Susillo de la Gavidia en Sevilla, o el Gran Capitán realizado por Mateo Inurria que puede verse en la cordobesa plaza de las Tendillas, por poner tres casos, tienen un sentido concreto y pertenecen a otra época. Sin más.

Nuestro tiempo requiere otro tipo de soluciones que sean representativas del momento actual. No podemos anclarnos en el academicismo ni transigir pasivos ante los modos caducos que gustan a las autoridades, porque suele ocurrir que estos mandamases locales, además de mal gusto, lo único que pretenden es quedar bien con determinados colectivos influyentes. O a lo sumo, rellenar rotondas y parques sin más intención que inflar los gastos justificando una falsa inversión en cultura para poder malversar con disimulo. No se trata de hacer algo llamativo, más bien al contrario: integrar en el ambiente elementos que aporten destellos de calidad sin restar esplendor a la esencia del entorno.

Basta darse una vuelta por Oviedo, ciudad magnífica para pasear que puede servir de ejemplo, y fijarse con la naturalidad que se nos van apareciendo las esculturas urbanas. Allí las figuras no agreden el paisaje, sino que lo enriquecen al formar parte de él.

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