Cofradías

Esencias que se reproducen intactas año tras año

La cofradía inauguraba la restauración de la Virgen de la Quinta Angustia y, tal vez por ello, el número de flashes era aún mayor del habitual

el 17 abr 2014 / 23:15 h.

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Hermandad de La Quinta Angustia. / Foto: José Luis Montero Hermandad de La Quinta Angustia. / Foto: José Luis Montero Permítasenos comenzar con eso de tan moda que se encierra en el marco de un tuit: «Con la Quinta Angustia se activa el protocolo de lo indescriptible», escribió ayer, minutos después de la salida de la hermandad, @LaAzagaya. Y nos parece que su opinión tiene sabor de titular. Porque, efectivamente, la Quinta Angustia convoca el reverso de tinieblas del Jueves Santo, acaso porque cuando las puertas de la Parroquia de la Magdalena crujen y se abren, la tarde se topa de frente con su ocaso, y la luz del cielo adquiría tonos cenizos, como si todo formara parte de una escenografía calculada hasta ’ más mínimo detalle. Hay ocasiones, pocas, en las que no hay que tener miedo a la tradición, a reproducirlas una y otra vez, a trabajar para que permanezcan inquebrantables. Así lo hacen en la Quinta Angustia, corporación que, de un lado colabora con numerosas entidades solidarias como el Banco de Alimentos y la Fundación Pro Vida y, de otro, muestra a Sevilla uno de los grupos escultóricos sobre el que unánimemente pesa la opinión de ser uno de los más dramáticamente logrados de la Semana Santa, uno de los más escalofriantes, con toda la carga adjetival que tiene el término. Este Jueves Santo, la cofradía inauguraba la restauración de la Virgen de la Quinta Angustia y, tal vez por ello, el número de flashes era aún mayor del habitual, una lluvia de inocuos disparos de luz que arreció en el entorno de San Pablo buscando, en algunos casos, el escorzo más difícil. Hermandad de La Quinta Angustia. / Foto: José Luis Montero La Quinta Angustia. / Foto: José Luis Montero Dicen que hay cofradías que han de verse de principio a final, sin restar nazarenos, sin acortar tramos, sin ir más allá a buscar el paso. Esta es una de ellas, y el público de Sevilla –y el que no lo es, lo aprende sobre la marcha– lo sabe y, a pie parado, contempló su discurrir. Era la anochecida cuando el misterio comenzó a desfilar, sigiloso, con una severidad acrecentada por la música de capilla y una coral fúnebre que hiela el nervio y confirma el luto de una jornada que no sería la misma sin el arrebatador peaje de una Quinta Angustia que ya buscaba la Campana cuando la muchedumbre, como transida, comenzaba a disgregarse pensativa. ¿Y ahora qué? Mucho por llegar, pero el recuerdo de lo vivido permanecerá, como mínimo, hasta que llegue un próximo Jueves Santo.

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