Qué pena que la civilizada Andalucía haya sido telón de fondo de al menos dos de las tres últimas tentaciones militaristas. Primero, fue el ex teniente general José Mena, calladito tras su discurso en Sevilla, durante la Pascua Militar de 2006, que presentó su libro Militares: los límites del silencio. En él, politiza de nuevo la función militar al justificar aquella arenga en la que llegó a sugerir que el Ejército podría intervenir en caso de que el Estatuto de Cataluña rebasara los límites de la Constitución.
A su juicio, no menos de 30.000 militares estarían inquietos por el modelo territorial socialista: la vieja melodía de España se rompe -tarareada desde luego por el PP- vuelve a figurar, por lo visto, en los 40 marciales de las salas de banderas. Y el jueves pasado, al tiempo que trascendía el controvertido escrito sobre la Ley de la Memoria Histórica, firmado en Galicia por el coronel Lorenzo Fernández Navarro, también trascendían las críticas formuladas por el general de brigada Blas Piñar Gutiérrez -el hijo del célebre notario que fundó la ultraderechista Fuerza Nueva-, tras su pase a la reserva después de haber ejercido hasta el pasado mes de enero como subdirector del Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército, en Granada. ¿Se trata todo ello de gestos aislados por parte de altos mandos castrenses, o es que vuelve a ponerse de moda el ruido de sables?
Desde luego, no es cuestión de exigirles lealtad democrática a estos dos últimos oficiales que en el pasado alentaron manifiestos golpistas o el ordeno y mando, pero, al menos, habría que reclamarles un gesto de gratitud hacia la democracia española que les ha mantenido el empleo y la paga a pesar de tales precedentes.
La cuestión es si cabe pensar que sus posiciones resulten contagiosas. No parece que los tiros -perdón por el simil- vayan por ahí. Los soldados españoles -entre ellos muchos andaluces de todo rango- se encuentran ocupados y preocupados por las misiones internacionales en las que están empeñadas nuestras tropas. Y, de hecho, hoy, puede preocuparle más la integridad vital de Kosovo y Serbia que la territorial de España, algo que sigue sin estar en presencia más allá de algunos recursos ante el Constitucional.
Vale que los militares españoles no estén demasiado contentos con el actual estado de cosas. Como tampoco lo estuvieron por el incidente del Yak 41 o, en cierta medida, por nuestra participación en la guerra de Irak. Pero no conviene generalizar ni confundir al común del ejército regular -y normal- con estos somatenes verbales y anacrónicos.