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"Estamos llegando tarde"

ENTREVISTA A JOSÉ MARÍA VIADERO, director de Juan Ciudad ONGD de la Orden de San Juan de Dios, responsable del operativo puesto en marcha para lograr la repatriación del padre Miguel Pajares, enfermo de ébola.

el 10 ago 2014 / 00:55 h.

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José María Viadero afirma que «una mirada a África debería ser una mirada a nosotros mismos», son felices con muy poco. / E.O. José María Viadero afirma que «una mirada a África debería ser una mirada a nosotros mismos», son felices con muy poco. / E.O. La entrevista se emitirá por ElCorreoTV a las 14, a las 21.30 y a las 24 horas.   Por Elizabeth Ortega. «Esto es muy fuerte… los hemos abandonado a su suerte… esto es muy fuerte». Es lo único inteligible que se puede descifrar en la voz de José María Viadero, director de Juan Ciudad ONGD cuando se le preguntaba por el estado de salud de los hermanos Georges Combey y Paciencia Melgar. «Algunos mueren en el intento… ¿sabes?», contestó –casi hablando para sí– al preguntarle cómo se encontraba tras la muerte en la madrugada del sábado de la hermana congoleña Chantal Pascaline, misionera de la Inmaculada Concepción, que trabajaba en el hospital de Monrovia, junto al sacerdote español Miguel Pajares. Se intenta aclarar la voz. «Sabía desde anoche que estaba muy malita y hablé con William –enfermero voluntario al cargo de los tres religiosos– y me dijo que a ella y al hermano Georges lo iban a llevar al centro ELWA porque ya no se sentía con capacidad de atenderlos bien y se estaban poniendo ellos en peligro. Tenemos que llamar a la ambulancia, me dijo, con lo que eso suponía», comenta José María Viadero. Vuelve otra vez a romper en un llanto que traspasa el teléfono y me eriza la piel. «Hablé con el obispo y con el provincial y me dijeron que era muy dura la decisión pero que en las circunstancias que teníamos era la única que se podía tomar, seguro que no era la mejor, pero poníamos en peligro a los dos voluntarios que están sanos. A las 11 de la noche volví a llamar y hablé con Asumana, una auxiliar de quirófano, que es musulmana, y me empezó a recriminar que por qué los habíamos abandonado y se me echó a llorar pidiéndome auxilio… y diciéndome que su familia la está presionando porque se está jugando la vida». Al sosegarse con la voz ya lúcida apostilla: «¿Y sabes lo que me dijo Asumana? ... «pues no los voy a dejar, no puedo». Esa conversación se producía en la madrugada del viernes, pero finalmente la última hermana que permanecía con ellos, Paciencia, fue trasladada en la tarde de ayer al centro ELWA, en el que las posibilidades de supervivencia por falta de suministros y contagios se multiplican. ¿Habrá sido difícil conciliar el sueño con esto a sus espaldas? «Cuando hice la petición de repatriación incluía a todos los hermanos, y sólo ha sido posible sacar a Pajares y a Bonoha. Si he de ser sincero, hasta que el avión salió de Liberia, siempre tuve la esperanza de que pudieran venir todos, aunque oficialmente era muy remota, y finalmente sólo se repatriaron a los españoles. La conciencia te juega malas pasadas, pero nosotros estamos haciendo y hemos hecho todo lo posible, dejando hasta de comer y dormir. Pero estos hermanos han trabajado 24 horas al día para extraños… pues no hay derecho, porque estamos llegando tarde». En la mañana del viernes el hermano Viadero nos recibía en la sede de la ONGD en Madrid minutos más tarde de conocerse el comunicado de Rajoy en el que se despejaban las dudas: «Esto lo pagará el Gobierno, es de puro sentido común». No obstante, horas antes y en una rueda de prensa multitudinaria con medios acreditados de Hispanoamérica, Francia y toda la geografía española, Viadero aseguró: «Asumiremos la responsabilidad, con o sin seguro, y con la ayuda de nuestros amigos, que son muchos. Pero qué más da quien pague, lo importante ya es los que se quedaron allí». Usted tenía confianza de que eso sería finalmente así. «Siempre tuve la esperanza de no tener que pagar la repatriación, aunque nos habíamos comprometido a aportar el dinero que fuera necesario si nos lo exigieran, pero ese dinero lo necesitamos para proseguir con esta historia, que no acaba con la repatriación de los hermanos, sino que continua en cada uno de los muertos y contagiados de Ébola. Estoy muy contento y agradecido y sobre todo muy tranquilo». La Orden tiene 300 hospitales y centros de salud mental en 52 países, entre ellos Liberia, al que hemos podido colocar muchos en el mapa a través del ébola. ¿Cómo es? «Los hermanos de la orden de San Juan de Dios llegaron en 1963, en marzo del pasado año pude festejar en el terreno el 50 aniversario de nuestra llegada. Es un país desestructurado tras 17 años de guerra civil, que acabó sin ejército, sin policía, sin maestros y ha ido surgiendo de las cenizas con la ayuda de la comunidad internacional, pero es un país que se encontraba todavía totalmente abatido familiar, social, cultural y económicamente. Es un país en shock emocional». Ante tanta desolación, ¿se puede ver la huella de Dios? «Bastante a menudo para las cosas que no entiendo no le echo la culpa a Dios, yo hago mi oración protesta, la fe nos hará entender mejor las cosas, y nos dará fuerzas para que encontremos el camino entre tanto daño y vulnerabilidad. No estuve en Liberia durante la guerra, pero los compañeros que lo vivieron tuvieron sus dudas pero encontraron las fuerzas para seguir, seguramente se las diera Dios. Y lo que sí me pregunto mucho es ¿qué he hecho yo para nacer en un país en el que lo tengo todo asegurado: sanidad, educación, seguridad… y que han hecho los otros para merecer que le falte lo mínimo y estar sumergidos en esa miseria… nada comparable con las bolsas de pobreza que podemos tener en este primer mundo». Durante toda esta semana la Orden ha abierto los noticieros nacionales y ha estado en las portadas de los rotativos más importantes, algunos con un carácter más crítico como El País («Sanidad deja vacío un hospital de Madrid para el infectado de Ébola») o el Abc («España cumple con su deber»). ¿Cómo ha vivido toda esta repercusión mediática? «Algo que yo he aprendido en África es aceptar al que te da miedo, al diferente y mi respeto total a cada opinión, muy en consonancia también con la orden hospitalaria San Juan de Dios, pero creo que el gobierno no lo ha tenido fácil porque iba a generar polémica. Y los medios son un reflejo de la sociedad». El miedo a lo desconocido es el peor alimento del alma, pero en la calle lo que se escucha es «¿por qué se traen a España a una persona ya con 75 años y someten a la población a un posible riego de contagio ya que es la primera vez que el ébola entra en Europa?». «Nosotros somos profesionales, sabemos lo que esto significa, lo que se puede hacer allí y aquí. El padre Miguel es un ciudadano español que nos hace llegar un grito de auxilio para que lo saquen de allí. Igual había otras soluciones, pero la petición del padre y las hermanas era que los sacáramos de Monrovia. Unos nos criticarán y otros nos apoyarán. La ignorancia crea el miedo. El ébola es una enfermedad muy desconocida, letal en un 90% de los casos, pero los riesgos de contagio son muy bajos y aquí estamos preparados para atenderlos». ¿Con los recortes que ha habido en la Sanidad compensa asumir ese gasto por la sociedad? «Ese era el principal temor del Gobierno, pero el padre Miguel lo pidió y tendríamos argumentos para debatir durante días en bioética, en moral, en economía, en solidaridad… igual la postura de la orden desde una forma más reflexiva hubiera sido otra, pero la dejaremos para otro momento. Como congregación, como gobierno, como ser humano esta experiencia nos debería enseñar cómo nos enfrentamos al extraño desde la solidaridad. Porque querer lo bueno para los míos es lo normal, lo excepcional es querer lo mejor para los extraños». Le hemos visto contento con el estado de salud del padre Pajares. ¿Para cuándo podemos tener el camino de la esperanza más despejado? «Como saben, por expreso deseo de la familia, sólo nos dirán cómo evoluciona a la Orden, pero los médicos nos han asegurado que ambos están estables, que no presentan formas hemorrágicas que es lo peor, y eso es esperanzador». EEUU ha acogido también en su territorio a dos infectados con ébola a los que les han suministrado un suero experimental, probado anteriormente solo en monos, que parece estar dando resultados. El suero ya está en el hospital Carlos III y se le va a administrar al padre Pajares. ¿Estaría a favor de adentrarse en esa línea de investigación? Debemos recordar que a día de hoy se acercan al millar los muertos y casi 1.800 los contagiados. «Si esto llega a ser así es una noticia estupenda, hay personas que no creen en las vacunas, pero como sanitario soy partidario de que en cuanto estén elaboradas que se pongan a disposición del que las necesita sin que el dinero sea una criba». ¿Por qué estamos tan dormidos, estamos metidos en una crisis de valores, no se comunica bien…? «Somos lo que somos, y no soy yo quien para juzgar. La sociedad está montada en una rueda de consumo, en la que yo también participo. Pero sí, necesitamos despertar y tenemos que darnos cuenta que el tener y consumir no da la felicidad. Con lo poco que tienen en la sociedad de África y cuando hay seguridad, son tan felices que me provocan una reflexión: nuestra mirada a África debería ser una mirada a nosotros mismos, ellos mantienen el valor de la familia, de la cooperación, de la vida». ¿Cuál es su objetivo ahora? «Nuestro objetivo ahora es configurar un equipo que vaya allí, estamos trabajando a contrarreloj para enviar un equipo sanitario que pueda llegar lo antes posible al hospital para atender a las personas que están allí y que ponga las bases para que en breve se pueda reabrir el hospital San José clausurado el pasado 1 de agosto. Y es que actualmente no hay ningún hospital abierto que esté prestando servicios sanitarios a la población liberiana, excepto la unidad de Ébola ubicada en el Hospital ELWA, donde se están derivando todos los casos de infección». ¿Y la ayuda internacional? «Obama ha dicho que hay que arrimar el hombro y si lo dice Obama... –se sonríe con ironía–. Y no podemos olvidar que la presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf, convirtió este jueves al país en estado de emergencia y la directora general de la OMS declaró el viernes que el brote de enfermedad por virus del ébola en África Occidental constituye una emergencia de salud pública de importancia internacional. Y en consonancia a eso estamos trabajando». Transcribiendo la entrevista me salta una alerta de que el primer vuelo que llega a España procedente de Nigeria con 140 pasajeros aterriza en una zona aislada de Barajas por dos niños con fiebre, producida por amigdalitis, como han determinado fuentes sanitarias. ¿Si alguien sigue cuestionando si ha sido acertada la repatriación que le argumentaría? «Que nadie es perfecto, que lo mismo hemos provocado una acción de la que nos tendremos que arrepentir después, pero nosotros hemos dado una respuesta a un grito de auxilio. Lo interesante sería reflexionar sobre el difícil equilibrio entre nuestros intereses y el de los demás». Y seguimos hablando de lo divino y de lo humano, pero en el transcurso de la conversación se me viene a la cabeza una de esas frases célebres del judaísmo que durante estos días he asociado a las imágenes de niños palestinos masacrados y hoy ha encarnado el rostro de la hermana congoleña Chantal Pascaline, última víctima con nombre propio que se ha cobrado el ébola. Y pienso en el hermano Georges Combey (Orden Hospitalaria de San Juan de Dios), que a la hora del cierre de este periódico sigue ingresado en el hospital liberiano ELWAY; en la hermana Paciencia Melgar (Congregación de las Misioneras de la Inmaculada Concepción), que tras evitar su traslado en ambulancia se procedió al mismo en la tarde del sábado, por lo que ya no quedaría ningún hermano en el clausurado hospital San José de Monrovia. Así que si salvar una vida es salvar el mundo entero, dejar a tres a su suerte nos convierte a todos en cómplices… ¿No?

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