Rodrigo Caro describió al Estanque de Mercurio en el siglo XVI como una de las más bellas fuentes de Sevilla. Sin embargo nadie ha reparado en ella. Tanto es así que hoy permanece mutilada. Y hasta la fecha, no hay voluntad política de cumplir el deber, que sería repartir el agua por los diez caños que la circundan.
Mercurio alado, menos ágil que el que modelara para la Villa Medicis de Roma Giambologna y que el emperador Corso depositó en el Louvre para recreo de los hijos de la patria. Contrapunto apolineo en oscuro metal olímpico, rodeado de amorcillos, parientes todos de Donatello, della Robbia y Mino da Fiesole. Allí en el centro de su irregular estanque, de aguas verdes vejiga, permanece quieto dialogando en la distancia con la que es Giganta de Sevilla. Estanque de Mercurio que sobrevives, muy a tu pesar, porque sólo el álito de los dioses mira por ella.
En la tierra de María Santíisima la mitología pasa a un segundo plano mientras el común de los mortales la rechaza hasta permitir su biodegradación junto a los paramentos de grutescos que hacen de bello telón escénico. Muere lentamente desde 1572 el estanque de Sevilla, un trozo de la Roma de Ligorio en el Palacio más antiguo de Europa. Elevemos una vez más nuestra voz, esta vez como la de los coros de Epidauro, anunciando el olvido y abandono de las viejas fuentes con sus estanques de umbrosa y fresca calma.
