Ni el Niño Jesús hizo que el Betis ganase al Huesca.
Hacia las 19:45 horas de ayer, al Betis se le fueron cuatro puntos en sus aspiraciones de ascenso: cuatro puntos cosidos en dos estocadas, el gol del Huesca en Heliópolis y el del herculano Rodríguez en Albacete. Alguien que hubiera llegado de vacaciones y que no siguiera los pasos del actual equipo verdiblanco podría lamentar la acumulación de infortunio o incidencias negativas; en realidad, el Huesca no ganó el partido por puro milagro, por una bendición extraordinaria de la fortuna para los colores del Real Betis Balompié. Y el Hércules, serio y astifino, ya se dispara en la clasificación y en la zona de ascenso a una distancia bastante fuera de alcance. Pero, cualquiera que no haya aterrizado en Sevilla de vacaciones o no sufra ataques de autismo puede tener bastante claro que lo del Betis no es cuestión de infortunio, sino, sobre todo, y bastante peor, de trayectoria. En la clasificación, la situación va quedando de tal manera que sólo se adivina una plaza de ascenso con pinta de asequible; las otras dos ya se van vistiendo de blanco y azul, los colores de Real Sociedad y Hércules. Al Betis no se le ven recursos ni tensión para ir al ritmo de los otros aspirantes a la tercera plaza. No se le ven, no se le ven, no se le ven. Punto. Este Betis de Tapia, sin rumbo y acosado por los cuatro puntos cardinales, es como un asmático agudo y falto de entrenamiento que intentara ir al paso ligero de los africanos en una carrera de San Silvestre.
Y hablando de africanos, el equipo se queda sin Emana, engullido durante todo enero por la Copa de África: paradójicamente, la fiesta de la negritud futbolística blanquea al Betis... al mismo tiempo que ennegrece aún más su panorama inmediato. Nadie en su sano juicio puede dejar de apreciar lo que el actual Emana aporta al actual Betis... y lo que el equipo va a perder durante cuatro semanas. Así, el Betis navega hacia ninguna parte. Al menos, hacia un añito más en Segunda. ¿Lo repetimos...?
