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Este mundo y su arquitecto

La concesión a Norman Foster del Premio Príncipe de Asturias de las Artes facilita la comprensión de nuestros atributos culturales, es decir, en que medida su obra expresa la identidad contemporánea global generada desde Europa.

el 16 sep 2009 / 03:14 h.

La concesión a Norman Foster del Premio Príncipe de Asturias de las Artes facilita la comprensión de nuestros atributos culturales, es decir, en que medida su obra expresa la identidad contemporánea global generada desde Europa.

Un Premio español cuyo extraordinario prestigio radica no tanto en su cuantía ni en su puesta en escena cuanto en lo certero de sus designaciones, hasta ser hoy uno de los grandes reconocimientos mundiales a la excelencia.

En el de las Artes esa virtud ha sabido integrar las distintas dimensiones de la creación, superando la limitación que los Premios Nobel tienen con el de Literatura. Y entre las Artes, la Arquitectura, en su lugar originario, porque sus dimensiones técnica y funcional, siempre esenciales, se trascienden en sus valores estéticos.

Tras el centenario arquitecto brasileño Oscar Niemeyer (1989) y los españoles Francisco Javier Sáenz de Oiza (1993) y Santiago Calatrava (1999), se incorpora al elenco el británico Norman Foster, la figura mundial que el escenario de la arquitectura precisaba identificar. Una muy buena elección, pues en él se manifiesta la primacía de la creatividad de nuestro tiempo. Sus obras demuestran como armonizar los firmes y enérgicos propósitos de innovación, objetivos nuevos y tecnologías avanzadas, con el valor de contemporaneidad artística dentro de un sistema económico dinámico.

El territorio y las ciudades se han sometido a décadas de transformaciones en las que la inteligencia y la sensibilidad han estado ausentes, atrapadas en las ratios de crecimiento sin el valor añadido de los valores culturales. Y cuando se ha pretendido señalar con algún hito arquitectónico el contrapunto a esa anarquía, con frecuencia se ha actuado sin el debido cuidado en la elección de esas piezas singulares.

Los ocho iconos de Foster que Patxi Mangado destacaba el pasado jueves en El País merecen recordarse: la Mediateca de Nîmes, la transformación del Reichstag en Berlín, el nuevo aeropuerto de Pekín, las estaciones y accesos del metro de Bilbao, la Crescent Wing del centro Sainsbury, la biblioteca de la Universidad de Cranfield, la torre Swiss Re en Londres, y la torre Caja Madrid en la capital de España, selección a la que añadiría la fulgurante torre HSBC de Hong Kong. Edificios altos verdaderamente singulares, junto a obras de diversas magnitudes, piezas de máxima funcionalidad, incluso tan inmediatas como su aportación visible al metro bilbaíno, y obras del máximo valor histórico como el cambio operado en el Parlamento berlinés, símbolo de la brutalidad nazi revitalizado para la reunificada Alemania tras la caída del muro de Berlín, o la firme modernidad de su obra de Nîmes, en vecindad de un monumento de primer orden de la arquitectura romana como la Maison Carré.

Una arquitectura de alta tecnología que ha venido representando, mejor que otras tendencias, el destino estético de la modernidad. Un legado, patrimonio vivo, manantial que no cesa, de nuestro mundo al por venir.

Catedrático de Arquitectura de la Hispalense vpe@us.es

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