Cultura

Estrella Morente, derroche cantaor de gélida perfección

La artista granadina puso en pie el patio de butacas en la primera de sus dos noches en el Maestranza

el 21 ene 2012 / 23:12 h.

Perfecto hasta el mínimo detalle, como un arabesco de la Alhambra, pero frío como una mañana de enero en la intemperie del Sacromonte: así discurrió anoche el primero de los dos recitales de la cantaora Estrella Morente en un abarrotado Maestranza de Sevilla, ciudad donde tiene no pocos incondicionales.

Con un look andrógino, combinación de traje de chaqueta y mantón, todo en negro riguroso, salió a escena Estrella con los suyos. "En el barrio de Triana/ ya no hay pluma ni tintero" fue el guiño por Tomás Pavón con el que arrancó el concierto, sobre una nota sostenida con la voz del llorado Enrique Morente marcando el compás. Ya desde el minuto uno, la artista puso de manifiesto su extraordinario estado de forma, así como su dominio de las tonalidades, que le permiten hacer auténticas virguerías. En los tangos que siguieron, no obstante, también se reveló su mayor hándicap, esa gelidez que va camino de convertirse en un sello.

Pareció romper el hielo con el lorquiano Poema del joven -de nuevo el recuerdo de Enrique- en una sugestiva y muy rítmica versión, pero no tardó en regresar a las bajas temperaturas al quedarse sola junto a las seis cuerdas de su primo Montoyita, sin el apoyo de la percusión y los coros.

Tal vez no se trate de glorificar aquel adagio según el cual el flamenco se canta con faltas de ortografía -había en el patio de butacas artistas como Miguel Poveda o Arcángel que han demostrado con creces lo contrario-, sino de entender un repertorio flamenco no como una ejecución técnica impecable, sino como un viaje por las emociones. Y, sobre todo, como un ejercicio de complicidad, una comunión con el público: Estrella Morente tardó más de una hora en dirigirse al respetable, siquiera para dar las buenas noches. A ratos pareciera que no cantara delante de seres de carne y hueso que la adoran, sino de un telón de acero con vistas a la eternidad. En aquel escenario de ice age, los aficionados ni se atrevían a lanzar un ole.

Tras un intermedio en el que Montoyita lució sus facultades, volvió el recuerdo a Enrique en la voz diamantina de su hija ("Hasta las personas reales/ les viene la muerte...") y siguió hasta lograr caldear notablemente el ambiente con Calle de Elvira. Más arriesgado se antojó, sin duda, el medley en el que la cantaora rinde homenaje a la familia Flores ligando, por ejemplo, las coplas de Lola con el No dudaría de Antonio, con resultado feliz.

Mucho menos interesante, precisamente porque la teatralidad del género resta emoción cuando más falta hace, fue la versión de La noche de mi amor, que pide una voz rota y humilde como la de Chavela Vargas, más que el poderío avasallador de Estrella.

Lo dicho no obsta para que hubiera momentos emocionantes, desde luego. Y no cabe duda de que se trata de una aficionada como hay pocas en el panorama del flamenco actual. Lo premió el público del Maestranza -puesto en pie tras un breve homenaje final a Carmen Amaya- con aplausos cálidos.


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