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Estrellas en medio de la nada

Actores españoles muestran su lado más solidario en el Festival de Cine del Sáhara.

el 05 jun 2010 / 19:51 h.

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Integrantes de la cooperativa de cine Aminetu Haidar presentaron su trabajo en el festival.

Dajla se deja bañar apaciblemente por las aguas del Atlántico en el Sáhara Occidental, con prosperidad, una industria turística en alza y unas condiciones de viento que la hacen aconsejable para el disfrute del surf o windsurf. El río que la cruza, Río de Oro, ensalza aún más esta mítica ciudad, también llamada Villa Cisneros.


Y estamos en Dajla, en el barrio de la familia Elbeig, donde residen en rudimentarias casas de adobe y jaimas sacudidas por el viento los abuelos, hijos y nietos, sin luz eléctrica ni agua corriente, y con unos cobertizos con letrinas y cubos de agua a modo de cuartos de baño. Ahí están, a miles de kilómetros de esa apacible brisa del Atlántico, aquí convertida en un siroco de arena que se te cuela por los ojos y termina atravesando el alma.


Es la Dajla que recuerda, como un golpe en el estómago, que unos 200.000 saharauis viven desde ha-ce 35 años en el desierto, en medio de la nada, soportando la indiferencia de una España que dejó a este pueblo a la deriva, y a la suerte de un Marruecos depredador de carne y tierra. La 53 provincia española, el Sáhara Occidental, sobrevive, a duras penas en el olvido, fragmentada en frágiles campamentos que dependen por completo de la ayuda humanitaria.


Los funcionarios del aeropuerto argelino de Tinduf recuerdan a esos celosos guardias civiles que requerían con ojos ávidos, en la España franquista, el carné de identidad. Es un aeropuerto militar, y el aire marcial se palpa hasta en las tiendas de recuerdos de la Argelia que ha abierto su árido desierto a la existencia de cuatro campamentos de refugiados. Cada uno lleva el nombre de una provincia del Sáhara ocupado por el reino alauí, a modo de recordatorio inocente de que se vive de manera transitoria esa dura existencia.


Son las cuatro de la mañana. Llega el vuelo de una lluvia de estrellas. Más de una treintena de actores y actrices españoles aterrizan en el desierto del Sáhara. Durante una semana, Dajla, el campamento más alejado de la humanidad, a 180 kilómetros de la base militar, se va a convertir en una pantalla de ficción y sueños, a cielo descubierto, donde las estrellas del celuloide brillan más que nunca con humildad, y más que nunca, muestran su lado más solidario y reivindicativo. Resulta hermoso escuchar a una Victoria Abril, enfundada con un vestido saharaui, clamando en hasaní por el Sáhara libre. Se celebra la séptima edición del Festival Internacional de Cine del Sáhara, Fisahara, el único, como repiten sus organizadores, que tiene lugar en un campo de refugiados. Más de 400 personas se alojarán estos días con familias, que sacarán de donde no hay los manjares que ellos no comen, y se dedicarán, con una desmedida hospitalidad que sonroja a sus huéspedes, a darles lo que ellos no tienen.


La ayuda internacional -nos recuerdan- ofrece a cada persona 1 kilogramo de harina, otro de lentejas, arroz y aceite, medio de azúcar y cuando la situación viene de lujo, atún, y poco más. El huésped alojado come carne de camello, pollo, cuscús, arroz, espaguetis, y a la mesa se añade con naturalidad cualquier otro visitante porque la hospitalidad prima sobre la carencia.


El ritmo cadencioso de la wilaya -asentamiento- de Dajla se convierte en bullicio, y sobre todo los jóvenes -el 60% de la población es menor de 25 años- encuentran un estímulo para fortalecer sus creencias y mostrar al mundo sus habilidades y conciencia de que el Sáhara es su tierra.


Jadiyetu es nuestra acompañante o guía, y ha venido de otro campamento, Smara. Tiene 22 años y muestra en el Festival uno de los cortos de la Cooperativa de Cine Aminetu Haidar del campamento de Smara, donde reside. Es su primera película, La sociedad y la mujer saharaui, y narra cómo las mujeres del desierto son capaces de compaginar sus tareas domésticas con actividades profesionales. Todo un malabarismo en una sociedad donde la mujer tiene de media seis hijos y es la organizadora del quehacer diario, del cuidado de niños y mayores, de buscar el agua, limpiar letrinas, hacer la comida y de todo lo que se ofrezca.


Jadiyetu quiere ser directora de cine y casarse. La acompaña su amiga Fabila, que trabaja en Jsaria (juventudes del Sáhara) y en el grupo de jóvenes de ayuda voluntaria de la Brigada Sumut. Atienden a ancianos que están solos, acompañan a heridos de guerra. "Cuando trabajamos, nos sentimos contentos. Estamos juntos y cada uno coge la mano de su hermano", sostiene, mientras termina de perfilarse sus profundos ojos negros. Decir trabajar es un eufemismo que esconde el tener una actividad no remunerada. Porque dinero no hay. Apenas hay tiendas, no hay comercio, ni industria, ni servicios, ni cines, ni peluquerías. Y se asoma nítidamente la cobertura del móvil. Han aprendido el español, muchos de ellos, a través del programa Vacaciones en Paz, por el cual las familias españolas acogen durante el verano a un menor saharaui para sumergirlos durante unos meses en el confort y abundancia de la Europa que olvida la ignominia de la vida de estos niños en sus inhóspitos campamentos.

Los jóvenes saharauis se forman en los países amigos, entre ellos Argelia, Mauritania y la hedonista y ruidosa Cuba. La República Árabe Democrática Saharaui ha convertido la educación en un eslogan de supervivencia y progreso asentados fundamentalmente en las disciplinas más necesitadas en este particular éxodo, como son las ingenierías. Todo un choque de civilizaciones resulta de este mestizaje de culturas donde el Islam se topa con la cadencia de la salsa y los pudorosos trajes saharauis con las playas de La Habana.


También está inmersa en un sueño real una joven saharaui nacida en las Islas Canarias, con la mentalidad de la adolescente española que quiere absorber vida, romper y danzar en la noche siempre abierta y, a la vez, lleva la cabeza cubierta con el tradicional vestido saharaui por respeto a los suyos y al Islam. Es nuestro tesoro del desierto, Nana y sus grandes ojos negros. No deja títere con cabeza, para Nana esto es un infierno, y no encuentra lugar para la esperanza. Está deseando volver a los vientos alisios de su isla canaria, para continuar sus estudios y, cuando toque, cursar Psicología. Desde hace seis meses convive con su familia saharaui en casa de los Elbeig, es la nieta europea, que rompe verbalmente moldes, y que a la vez agasaja al invitado con el más delicado ritual de acogida. Nana se integra con nosotros, busca fotografiarse con los actores más guapos, se pasea con el micrófono de Caiga quien Caiga, y recala en el Photo-call de La Sexta como una reina del cine del brazo del actor malagueño Antonio de la Torre, que viene con Gordos más estilizado y delgado que nunca. De la Torre, todo un compendio de curiosidad y solidaridad, deja con la boca abierta a más de un saharaui y a más de un periodista español, practicando footing a la siete y media de la mañana en medio de aljaimas, cabras y casas de adobe.


Nana, con 18 años, juega en nuestra jaima con su prima Moni, de once meses, que no tiene un sonajero, no tiene una muñeca, no tiene un triste juguete y se entretiene con bandejas, con un pañuelo o con el mordisqueo de nuestro saco verde. Las mujeres de la casa se mueven como un susurro para atendernos. Y abres los ojos y ves una bandeja de suculento desayuno con leche pasteurizada, mantequilla, mermelada y pan recién hecho.

Todo gira alrededor de ellas, pero sin ruido, salvo a las tres de la tarde en que se acercan las más jóvenes y embelesadas encienden un televisor antiguo que respira a través de unas baterías, alimentadas por placas solares. Y ahí tienes a las tías de Nana viendo la telenovela de la EMTV. La ilusión y el desvelo de los sentimientos no tienen fronteras.
"Las mujeres en los campos son todo y nunca se quejan. Ha cambiado la percepción de la sociedad sobre la mujer saharaui, pero aun así la mujer no aprovecha las libertades que tiene porque no tiene tiempo, antes están todas sus ocupaciones, y me dan pena las mujeres". Maima Mahmud mira al cielo, y se echa a llorar. Esta ingeniera de telecomunicaciones, de 37 años, que domina siete idiomas, despide tal magnetismo que te lleva directamente a los ojos de otra líder indiscutible de la causa saharaui como es Aminetu Haidar. Maima es como un motor de 200 caballos exigiendo ya un tubo de escape de ancho grosor que dé rienda a su energía. Es la mujer formada en Cuba que a su vuelta dijo "basta ya", y se armó de valentía para fundar en 1999 una escuela de mujeres que con formación acapararán herramientas para vivir de un oficio porque "el trabajar hace valer más a las personas y queremos que las mujeres no pierdan la dignidad". Desde finales de los noventa, más de 860 mujeres han pasado por la escuela de Dajla, donde enseñan tricotaje, costura, confección de alfombras, audiovisuales, etc. Este proyecto está financiado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas. La remuneración de la profesora alcanza 20 euros. "Hemos estado durante mucho tiempo trabajando en temas de voluntariado y nadie se ha puesto a pensar que ya hay cansancio, por eso formamos a mujeres para que se autogestionen".


Maima llena su pecho de aire para hacer memoria de las 11 mujeres que trabajan en el terreno audiovisual realizando álbumes fotográficos, vídeos de boda u otro acontecimiento social. Hoy es el día en que Maima inaugura la ampliación de la pizzería que cinco mujeres de la escuela tienen en Dajla, y que son Balah, Rabjlo, Slma, Yoguta, Chenebiha. Como dice Maima, al principio "choca que la mujer lleve dinero a casa", pero cuando supone una ayuda y un alivio, se ve con otros mimbres. Pizzas sin mozzarela, a cinco euros, de atún, verduras y lo que caiga.


Salen las estrellas, pero no la luna, aquí lo hará más tarde. Las estrellas se confunden en la noche saharaui con turbantes o con cámaras nuevas, como la que estrena Alberto Ammann, que invierte su papel de actor de moda en Celda 211 para convertir en protagonista la piel del seco desierto. Willy Toledo, el anfitrión, se pasea con su camiseta verde del certamen, y comparte micrófono en la cena de despedida con el presidente de la República Democrática Saharaui, (RADS) Abdelkader Taleb Oumar, que agradece la presencia de los artistas y recuerda el ostracismo de su pueblo. Mar Regueras, comprometida, da caramelos a los niños, con la cara limpia y circunspecta; Víctor Clavijo pide ayuda para moverse por el campo porque no tiene vehículo, y Rosa María Sardá, la gran maestra, se deja ver nítidamente con una niña saharaui. A Antonio de la Torre le ha sobrado tiempo para que medio campo se encariñe con su bonhomía, incluida la reportera de La 2 de Televisión Española Paloma Díaz Bejerano, con la que compartimos por la noche las estrellas en el cielo, en la casa de Nana junto a nuestro desubicado director de teatro inglés, David Gothar, que se lamenta día a día de que pocos hablen aquí el idioma del imperio pese a su fina y punzante ironía.


Todos quieren ver más estrellas en Dajla, en la verdadera, y celebrar un festival en las arenas de la playa.

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