La recuperación del patrimonio ha permitido traer a la luz numerosas partituras del compositor Juan Francés de Iribarren (1699-1767), Maestro de Capilla de la Catedral de Málaga. En los discos Serpiente Venenosa (Almavida) y Arde el furor intrépido (OBS-Prometeo) la Orquesta Barroca de Sevilla puso al descubierto algunas páginas de enorme belleza e impronta firmadas por este músico perdido en las lagunas de la historia.
No tan justo con él fue el concierto que ofreció el miércoles en la Escuela de Ingenieros. Villancicos y cantadas de escasa dote melódica y desigual interés. Quizás sea menester no seguir indagando en Iribarren...
La Barroca, en cualquier caso, sirvió y defendió con enorme entrega estas partituras. Con atención a los contrastes y una vitalidad marca de la casa, el oboista Alfredo Bernardini subrayó las líneas solistas y la flexibilidad de las articulaciones.
En lo vocal, la soprano Marta Almajano, de justa voz e irregular dicción, no insufló vida en sus interpretaciones. Al tenor Lluis Vilamajó, correcto globalmente, también le faltó una brizna más de entusiasmo.