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Existen las clases

Y no precisamente las que se dictan en las aulas. Sí, existen las clases sociales. Contra la opinión muy extendida, incluso entre los académicos, de que éstas se han diluido en un modelo de relación caracterizado por su horizontalidad...

el 15 sep 2009 / 18:25 h.

Y no precisamente las que se dictan en las aulas. Sí, existen las clases sociales. Contra la opinión muy extendida, incluso entre los académicos, de que éstas se han diluido en un modelo de relación caracterizado por su horizontalidad, y de que es difícil percibir las diferentes posiciones económicas de las personas, hay que seguir afirmando que el modelo económico capitalista es en esencia clasista. Existe pues la clase trabajadora, si bien su rostro actual poco se parezca a la imagen de los obreros desarrapados de la revolución industrial, a la que nos tiene acostumbrado la iconografía clásica; aunque estos nuevos trabajadores hayan asumido comportamientos que hasta hace poco estaban reservados a los burgueses; y aunque estos trabajadores hagan sus pinitos en la especulación inmobiliaria o en el mercado de valores. Existe clase trabajadora porque estas personas dependen económicamente de un empleo cuyo disfrute, remuneración, o duración está en manos de los empresarios, que son lo que con su actividad deciden su destino personal y laboral, con todas sus consecuencias. La intervención del Estado sólo tiene como finalidad la de paliar los efectos más duros de esta dependencia, que en ningún caso discute. Esta realidad es aún más evidente en la crisis que nos asola, que ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de aquellos que solo cuentan, como siempre se ha dicho, con su fuerza de trabajo. El miedo se ha metido en sus cuerpos, pues saben que su estabilidad depende de las decisiones de aquellos que dirigen las empresas. Unas decisiones que pueden estar justificadas por la inviabilidad económica del negocio, pero que también pueden obedecer a razones de otra índole y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, aligeraran los costes sociales despidiendo a los empleados que más cobran para nutrirse de jóvenes desesperados dispuestos a trabajar por cualquier salario, o trasladan el negocio a paraísos laborales para seguir aumentando sus ganancias, o utilizan cualquier otra estrategia para liberarse en lo posible de las tan odiosas cargas sociales que ven como un lastre para aumentar sus ganancias.

La diversidad social, a que he hecho referencia en más de una ocasión, no puede servir para enmascarar esta realidad de las clases sociales. La transversalidad de algunas de estas categorías, como el género, la etnia, la cultura o la identidad sexual, no puede servir para que obviemos en nuestro análisis esta realidad básica de la sociedad capitalista, cual es la diferencia de clases. No es lo mismo el islamista que reside en un ressort de Marbella que el marroquí que trabaja bajo el plástico en Almería; tampoco son iguales las mujeres profesionales que las cajeras de un supermercado... y así podríamos seguir.

De otro lado, también falta una conciencia de clase, quizás porque el destino de los trabajadores es huir del estigma social que en su momento acompañó a la clase obrera. Y esta falta de conciencia es la que explica su escasa presencia en los escenarios en los que cuales se plantean las demandas por los daños de la crisis. No se les ve como colectivo que reclama soluciones, ni siquiera los sindicatos tienen el protagonismo que les corresponde en estos momentos: más parecen defensores del sistema.

Rosario Valpuesta es catedrática de Derecho Civil de la Pablo de Olavide

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