Martín Calderón dejó de ser futbolista del Sevilla horas antes de que su equipo, el Infantil A, afrontase el campeonato de Andalucía. Era el capitán, un futbolista de gran proyección, con los interrogantes propios, en cualquier caso, de la etapa formativa inicial en la que se halla. Había llegado a un acuerdo con el Real Madrid. La noticia había saltado varios días antes. El Sevilla tomaba una decisión drástica pero detrás de la misma no se encuentra, como pudiera parecer, una represalia en forma de mensaje para el resto de las joyas de la magnífica cantera de la Carretera de Utrera, siempre expuesta, por su calidad, al ataque de los grandes clubes españoles y extranjeros, amparados en la falta de una regulación necesaria. El caso es que el Sevilla, conocedor de la oferta del Madrid, habló con el padre del jugador y con su representante. Le puso sobre la mesa una contraoferta que mejoraba las condiciones del Real Madrid.
El Sevilla quería quedarse con Martín a toda costa, al que descubrió hace cuatro años en el Marianistas de Jerez. Pero se encontró con otra sorpresa, una respuesta poco apropiada, un planteamiento poco aceptable para una entidad en la que el sentimiento de pertenencia es un orgullo. El chico dijo que nunca se ha sentido sevillista, sólo del Madrid, y quiere vivir su sueño. Alguien reparó que en su twitter Martín posa con la camiseta que vestirá el año que viene. ¿Desagradecido con el Sevilla?, pues sí, pero en general los futbolistas son así en casi todos los niveles con los clubes, cuentan con tristeza en el club. El Sevilla no manda mensajes a nadie, él tomó una decisión y el club otra. Pero está claro: con el sentimiento no se juega.
