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Fado con acento andaluz

Rosario Solano, sin ser portuguesa, es capaz de trasmitir el sentimiento que constituye la esencia de este canto. El domingo ofreció un concierto en el Palacio de la Buhaira

el 12 ago 2013 / 22:31 h.

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Por Dolores Guerrero Al igual que ocurre en el flamenco, a un intérprete de fado se le exige que, por encima de la técnica, sea capaz de transmitir el sentimiento que constituye la esencia de esta particular forma de canto. De ahí que se distinga entre un buen cantante y un fadista. Para llegar a esta categoría el cantante debe traspasar la técnica hasta hacer suya la emoción que propone el canto y transmitirla. Es justo lo que hace Rosario Solano, una excepcional fadista andaluza que hace suya esta forma de expresión. Rosario salió a escena en el Palacio de la Buhaira con la humildad que la caracteriza, situándose al fondo del escenario frente al palacio iluminado y de espaldas al público, destacando así a sus acompañantes, Manuel Imán y Chemón Cortés, dos excelentes músicos que realzaron la belleza del fado con una brillante ejecución musical y un generoso acompañamiento. Así arropada Rosario abrió el recital con Loucura, un fado tradicional que ella impregna con un auténtico torrente de pasión. Y es que si algo distingue a esta singular sevillana es su capacidad para dotar al lamento y la nostalgia que caracterizan al fado de una impronta pasional que ahonda en la transmisión del sentimiento. Lo constatamos en el segundo tema que interpretó, Os Meus Olhos Sao Dois Círios, un fado de los denominados de estilo menor o jondo, con el que Rosario convocó eso que los flamencos llaman duende, una emoción compartida que nace del goce estético cuando se unen el placer de lo conocido y la sorpresa. Y es que, al igual que el flamenco, el fado se presta a la improvisación bajo un esquema rítmico cerrado y una emotiva carga poética que Rosario sabe transmitir con el mismo poderío que lo haría una cantaora. No en vano se crió rodeada de flamenco. Tal vez por eso quiso enriquecer su recital llamando a escena a una cantaora flamenca, Alicia Acuña. Entre las dos protagonizaron uno de los primeros momentos mágicos de la jornada, interpretando con pasión Cuando me sinto só. Pero todavía quedaba mucho recital, de ahí que Rosario cambiara hábilmente el tercio con Recusa, un fado que reivindica la alegría. Tras este guiño pudimos disfrutar de la riqueza melódica de un fado canción de la diva Amalia Rodriguez. Y tras adentrarse de nuevo en el fado tradicional llegamos a otro de los momentos álgidos de la noche cuando, al interpretar Fado de amor y pecado, se subió a las tablas La Choni, una bailaora flamenca que nos pellizcó el alma con su bata de cola y el movimiento de sus manos, al más puro estilo de la Escuela Sevillana. No era la única sorpresa que nos tenía reservada porque, tras hundirse de nuevo en la tradición con Una Casa Portuguesa, apareció en escena Manolo Cañadas para revestir con un sinfín de imágenes hermosas a Garça Perdida. Y por si todo esto fuera poco todavía quedaba otra magnífica colaboración a cargo de Javier Delgado que acompañó con su contrabajó a Rosario en Barco Negro y Foi Deux. Y para terminar, el fado por el que esta singular cantante se hizo fadista, el conocido tema de Amalia Rodrigues Lágrima, un regalo en los bises que Rosario completó, para que nos fuéramos del concierto más que embriagados, con María la Portuguesa.

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