Antonio Corbacho acompaña al diestro sevillano Esaú Fernández en la ganadería de Juan Pedro Domecq. Un cáncer fulminante que había hecho trizas el hígado de este veterano banderillero, apoderado y preparador de toreros ha acabado con su vida cuando aún se encontraba a la espera de un trasplante. Antonio Corbacho pasará a la historia del toreo como forjador y descubridor de la personalidad más íntima del diestro José Tomás, al que apoderó en los primeros años de matador de toros. Dueño de una particular forma de ver la vida y el toreo, quiso perpetuar el molde que había encontrado en el diestro de Galapagar en otros toreros como Sergio Aguilar o el propio Alejandro Talavante que sólo despegó por completo al encontrar su propio estilo- pero la críptica personalidad de Tomás no admitía epígonos. Corbacho convirtió su refugio serrano de La Alcornocosa, muy cerca del Castillo de las Guardas y en esa ruta del toro que marcan las riberas del alto Guadiamar en un particular centro de alto rendimiento marcado por su fascinación por el rigor y la filosofía de la vida y la muerte del mundo samúrai. La exposición y la entrega total de sus toreros eran una norma que habían reverdecido en su último descubrimiento, el novillero colombiano Sebastián Ritter, una de las sorpresas del último San Isidro. Nacido en Madrid en 1951, Corbacho había sido novillero en su juventud aunque no llegó a tomar la alternativa. Sí logró presentarse en cosos de importancia como la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, en la que debutó en 1985 resultando herido. Después de cambiar el oro por la plata en su ropa de torear sirvió en las cuadrillas de toreros como Roberto Domínguez o David Luguillano o Sergui Sánchez antes de establecerse en México. Después llegaría su binomio con José Tomás y el apoderamiento, con diversa fortuna, de otros toreros como Miguel Abellán, Víctor Puerto o el sevillano Esaú Fernández.