Me despido, con cervantino agradecimiento, de la vida. Así se manifestaba Fernando Ortiz en mayo de 2011, durante un acto que le dedicó la Feria del Libro de Sevilla. Pero solo ayer se hizo definitiva la despedida del poeta, cuando se conoció la noticia de su fallecimiento a consecuencia de un paro cardíaco, después de sobrellevar durante años una dura enfermedad. Nacido en Sevilla en 1947, Fernando Ortiz se formó en la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid, aunque se diplomó como documentalista. Trabajó como guionista en Prado del Rey antes de regresar a su ciudad natal, donde vería la luz en 1978 su primer poemario, Primera despedida. Luis Cernuda, Jaime Gil de Biedma, Pablo García Baena, José Antonio Muñoz Rojas o JuanGil-Albert fueron algunas de sus más evidentes influencias en títulos posteriores como Personae (1981), Vieja amiga (1984) o Recado de escribir (1990), entre otros.
No creo en la biografía del poeta, afirmó en una ocasión. Un poeta puede ser director de la Biblioteca Nacional y profesor de literatura inglesa en Argentina; oscuro profesor de francés en el Instituto de Soria; corredor de comercio e intérprete en Atenas. Puede ser homosexual o no. Padre de familia o no. Millonario o no. Alcohólico o no. Ministro o no. Pero ha de ser poeta.
Activo columnista de prensa en diversas cabeceras, obtuvo el premio Andalucía de Periodismo en su primera convocatoria de 1978, y el José María Pemán de 1989. Fruto de sus colaboraciones con El Correo de Andalucía surgió el libro Manual del veraneante perpetuo (La Carbonería, 1994), uno de los libros míos a los que más cariño tengo, y que incluso he releído con gusto, confesó en una entrevista, y en sus últimos años se aficionó incluso a la tarea de blogger en su bitácora Apuntes y reflexiones, cuya última entrada data de hace apenas cuatro días.
Su faceta ensayística, en la que destacan libros como La Caja China, Verso y glosa, La estirpe de Bécquer o Sevilla y los sevillanos, también fue reconocida, así como su labor editorial como impulsor de la colección Calle del Aire.
Fernando Ortiz, quien modestamente se autodenominaba el mejor poeta sordo de mi calle, concretamente Ximénez de Enciso, será recordado por sus compañeros de letras como un maestro cercano y generoso, y por los lectores como una de las voces más personales y relevantes de la lírica andaluza desde el pasado medio siglo.
En su larga despedida desde aquel homenaje de mayo de 2011, tuvo tiempo de publicar la antología Poesía de una vida, y el poemario Miradas al último espejo. En uno de sus últimos poemas, titulado tabaco y salud, afirmó con buen humor: "Dicen que estoy enfermo. No se alarme./ Si aguanto por lo menos unos años/ y tengo algo de suerte, igual me curo./ Esto empieza a importarme ya un adarme./ Mi vida tuvo gozos, también daños./ Al fin todos entramos en lo oscuro".
Hoy sus restos recibirán el último adiós de sus parientes y amigos a las 14.00 horas en el tanatorio de la SE-30 de Sevilla.