María Díaz Cortés, la abuela del Vacie convertida a sus 117 años en la mujer más anciana de España, ha fallecido en la chabola en la que llevaba viviendo toda su vida por causas naturales. Fue poco después de su cumpleaños, el 4 de enero, y el entierro tuvo lugar en la más estricta intimidad por deseo de su familia, según explicó Ángel Montoya, el vecino del asentamiento que hace dos años trató de conseguir para ella una vivienda digna para que pasara sus últimos días alejada del ruinoso prefabricado en el que vivía con su hija, sus nietas y numerosos familiares en el núcleo chabolista más antiguo de España.
Montoya recordó que la mujer había sufrido una enorme decepción al perder la vivienda que el Ayuntamiento le ofreció cuando, al cumplir los 116 años, su caso salió a la luz, y por eso en su 117 aniversario no quiso visitas ni fotos. El año anterior su familia sí accedió a abrir las puertas de la vivienda para mostrar que María, que se pasaba casi todo el día acostada, vivían en una casa sin cuarto de baño ni agua caliente y dormía en un cuarto prefabricado sin calefacción ni luz, expuesta a las frecuentes plagas de insectos y ratas que produce en El Vacie la acumulación de basura. Su paga de 300 euros era el principal ingreso de la familia, que trató de evitar que acabara su vida en las durísimas condiciones a las que se enfrentan cada día en el asentamiento en el que aún malvive un millar de personas.
El Ayuntamiento le ofreció un piso con un alquiler prorrogable cada seis meses al que tendría derecho de por vida, pero la anciana renunció porque no podía mudarse con toda su familia y porque los suyos no querían quedarse sin casa cuando ella muriese. Alegaban que si se iban de la chabola del Vacie perderían también el derecho al realojo cuando la anciana falleciese y tuvieran que abandonar la vivienda.
La mujer, natural de Granada y nacida en 1892, había llegado al Vacie al casarse con un sevillano que levantó con sus propias manos una chabola en el asentamiento en la que el matrimonio formó su familia. Era aún joven cuando enviudó, con cinco hijos a su cargo, y tuvo que empezar a trabajar en el campo. En los últimos años había vivido con su hija Dolores, de 73 años, sus nietas y los maridos e hijos de éstas. Aunque cuatro años antes de su muerte salía cada día a la puerta de la casa en un estado de salud casi perfecto, y todavía tenía vista suficiente para coser, los dos últimos años los había pasado acurrucada en su cama y sufriendo el frío o el calor extremo según la época del año, en una casa sin enchufes y con goteras, aunque también con un enorme televisor que a la anciana le gustaba ver por las tardes. Aunque estaba muy debilitada, su hija Dolores insistía en que seguía teniendo un gran apetito y los mismos arranques de genio de vez en cuando que había mantenido durante toda su vida.