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Farruquito destapó el tarro

El bailaor repasó anoche su repertorio poniendo en pie el Lope de Vega de Sevilla.

el 13 jun 2012 / 22:17 h.

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Con el cante del Rubio de Pruna, Juan Manuel Fernández Montoya, Farruquito, bordó la soleá.

Teatro Lope de Vega. Figura principal: Farruquito. Guitarras: Antonio Rey y Román Vicenti. Cante: Rubio de Pruna, María Vizárraga y Victoria Borja, Percusión: Luis Amador. Entrada: Casi lleno. Sevilla, 13 y 14 de junio de 2012.

Tuve la fortuna de ser amigo de Antonio Montoya Flores, El Farruco, abuelo de Farruquito, que fue el genio más puro del baile gitano. Nadie bailó con la pureza de Antonio, con su pellizco, con su duende. Alguna vez le tildaron de no tener buena técnica, de su escasa formación dancística, sin tener en cuenta la diferencia que hay entre un bailaor y un bailarín. Farruco hacía cosas por bulerías increíbles, daba una vuelta y se recogía de una manera que aún hay quienes lo intentan y no lo consiguen. Nunca un bailaor tuvo el corazón tan cerca de la cabeza, como Farruco. Te miraba a los ojos y veías lo que sentía, y se te metía su compás en el alma con la facilidad con la que el sol de la mañana atraviesa la niebla. Anoche, viendo bailar a su nieto Juan Manuel, que él pulió sin obligarlo a calcar su estilo, pero procurando siempre que no se alejara mucho de su escuela, añoré tanto su ausencia que me aferré de tal manera a quien recuerda tan bien su manera de bailar, que a lo mejor influyó en mi actitud. Farruquito es un fenómeno, un bailaor portentoso, un superdotado, pero para el baile flamenco. Cuando intenta hacerle la corte a otras disciplinas dancísticas, el nieto del genio puede ser también muy espectacular. Lo es, de hecho, pero deja de ser único para entrar a formar parte de la rutina en la que el baile flamenco se desenvuelve desde hace años.

En su vuelta a un teatro de Sevilla tras su no muy afortunada participación en la pasada Bienal de Flamenco con Sonerías, el bailaor sevillano nos obsequió con un espectáculo en el que repasó su trayectoria, que es ya la de un bailaor experimentado a pesar de su juventud. Es consciente de qué quiere su público de él y echó mano de lo mejor de su repertorio, de aquello en lo que no tiene rival, con sus conocidos recursos para comunicar con el público, su mijita de efectismo, luciendo con generosidad su belleza física, pero siempre, siempre, derramando flamencura y gitanería sobre la tarima. Original la farruca, con elegantes paseos y escasos braceos. Bulliciosos los fandangos, que no son de su escuela. Y cuando ya el público, su público, se le entregó totalmente, se paró un poco para bordar la soleá, su baile grande, el que conoce desde que andaba a gatas, donde da todo lo que sabe y lo que siente, con el cante jondo del Rubio de Pruna. El público enloqueció con su hermano pequeño, El Carpetilla, que es el que más se asemeja al abuelo, el que parece que va a reinventar la escuela familiar. Y junto a él otro de la familia, con muy buenas hechuras, Antonio Moreno Fernández, y dos flamencas de rompe y rasga, Irene Bazzini y Gema María Agarrado Moneo. Farruquito cierra con unas bulerías muy originales y un zapateado de su invención que rompe con la ortodoxia de este baile clásico. El público vibró con su raza, con una manera de bailar que no te anima a ponerle etiquetas.

En Farruquito interesa más lo que se siente cuando le ves bailar, que lo que se ve sobre la tarima, por muy bonitas que sean las luces y la puesta en escena. Es un bailaor imprescindible, como demostró anoche en contados detalles. Como ocurría con su abuelo, que no rivalizaba con Gades como coreógrafo ni con Alejandro Vega en elegancia, Farruquito nos hizo sentir en la piel el torniscón del baile puro dejando claro que solo vende el duro quien lo tiene. El público se le entregó totalmente. No era para menos: Juan Manuel Fernández Montoya, Farruquito, destapó anoche el tarro de las esencias gitanas.

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