Anoche tuvo lugar la puesta de largo de la nueva edición del Festival de Música Antigua de Sevilla. Una cita imprescindible para los melómanos hispalenses, que en los últimos años ha generado enorme expectación y toda una escuela de especialistas en la materia.
Aparcadas las sedes habituales de las últimas ediciones, como el Hospital de la Caridad o los Reales Alcázares, ésta es la de la apuesta definitiva por el Centro de Músicas Históricas, ubicado en el recién rehabilitado Convento de Santa Clara de la calle Becas. Aunque la inauguración oficial de dicho enclave tuvo lugar el pasado 23 de febrero de la mano de Fahmi Alqhai, director del festival, y la Accademia del Piacere, no cabe duda de que la auténtica puesta de largo llegó anoche con este primer concierto de la presente edición del FeMÁS. Se trata de un espacio más generoso en virtudes acústicas que en aforo, si bien es verdad que no resulta menor que el Salón de Tapices del Alcázar, reservado en anteriores ediciones a algunas de sus citas más importantes. A golpe de vista pareciera que aceptara más de las casi doscientas localidades anunciadas, ganándose desde luego mucho en comodidad y confort térmico.
En primera linea de fuego se encontraba la más alta representación de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento, junto al equipo directivo del certamen. Se echó en falta una vez más algún acto de bienvenida que otorgara carácter a lo que se espera de una inauguración en toda regla, y no nos referimos a los clásicos discursos institucionales de autobombo y complacencia. Se acusó demasiada austeridad también en la puesta en escena.
Con un ingenioso programa estructurado en torno a Carlo Gesualdo de Venosa, uno de los máximos exponentes del Renacimiento tardío, cuya atormentada y tumultuosa existencia no parece coincidir con su extrema sensibilidad poética y musical, Intonationes dio buena muestra de su excelencia a la hora de abordar composiciones seculares - la mayoría - y sacras - dos motetes de Tomás Luis de Victoria combinados con una antífona de Gesualdo. Con un marcado carácter solemne, David Sagastume, Rossana Bertini, Lluís Vilamajó, Giuseppe Maletto y Daniele Carnovich desplegaron un amplio abanico de texturas y articulaciones, dejando claro por qué cada uno merece la consideración de excelente polifonista. Un pulcro y refinado trabajo en contrapunto y armonía recorriendo cuatro bloques centrados en el arte madrigalista de Ferrara: un fuerte temperamento (de Wert), la vertiente sacra antes referida, alegres cantos amorosos de la mano de Luzzaschi y Marenzio en el tercero, y un canto dulce y armonioso en el último, protagonizado por el tránsito de Monteverdi hacia el Barroco. Un ejercicio de puro deleite y perfección.