Sevilla fue moldeando su imagen cuando entre la administración civil y la religiosa existían lazos aparentemente indisolubles. A otras muchas ciudades les sucedió lo mismo pero la imagen que proyectan hoy es comercial, industrial, deportiva... En Sevilla son las fiestas las que ocupan ese lugar, forman parte de la visión que de ella se tiene desde fuera y, en todas, la religiosidad desempeña un papel muy destacado.
Existen, sin embargo, dos tipos de religiosidad: la que los antropólogos llaman popular cuyas formas se han desarrollado fuera de lo que, en lenguaje teológico, constituye la Iglesia Docente (procesiones de hermandades de penitencia, gloria o marianas, romerías?) y las que emanan directamente de ella, como la Fiesta del Corpus Christi.
Las primeras las vertebra y protagoniza una parte importante de la sociedad sevillana, incluso las organiza a través de entidades propias, pero las segundas siguen respondiendo al ordenamiento que la ciudad tuvo en una nación teocrática o, a lo sumo, al que en el XIX se llamó Alianza del Trono y el Altar donde el Ayuntamiento cumplía funciones de subordinación al poder eclesiástico. Hoy no sé hasta qué punto los organismos civiles -que no tienen religión- pueden seguir interviniendo activamente, ni tampoco que cuerpos gubernativos participen de forma corporativa.
Soluciones como poner velas que sirvan durante todo el verano y sean también aprovechadas para la fiesta del Corpus parecen razonables por las razones del principio, pero que el municipio se encargue de elegir y colocar los símbolos eucarísticos de los arcos de la Plaza de San Francisco es, cuanto menos, un atavismo propio del ancienne regìme y, seguramente, antes o después traerá complicaciones. ¿Tanto cuesta delimitar los campos y que cada cual se quede con lo suyo?
Antonio Zoido es escritor e historiador.
