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Final del cartel

Si pasea por la capital del Reino y ve a un señor/a bien vestido/a y alimentado/a con bota de vino y fiambrera no crea que ve lo que ve, está ante un/a señoría, cuya dignidad no necesariamente acumula el don de más arriba.

el 14 sep 2009 / 21:55 h.

Si pasea por la capital del Reino y ve a un señor/a bien vestido/a y alimentado/a con bota de vino y fiambrera no crea que ve lo que ve, está ante un/a señoría, cuya dignidad no necesariamente acumula el don de más arriba. Va a ocupar su lugar en las andanadas de la carrera de San Jerónimo, santo usurpador de su colega Fermín que bien mereciera el cambio callejero. Ha terminado con el año la legislatura, aún cuando me tienta decir que la temporada, y sólo ha faltado que los mozos y mozas, con abono cuatrienal, constituidos soberanamente en charanga, canten la "Chica Yeyé" entre bronca, salpicones de vino, cucharás a los chipirones en su tinta, tortilla de papas e irreverentes espaldas a la Presidencia.

Los rostros moyatosos, ebrios de bronca estratégica, han hecho méritos para que sus capitanes de peña le renueven el abono y así parece que va a ser. Sus caras son ya famosas, como Manolo el del Bombo, después de haber cumplido, hasta el punto, incluso, de haber casi devuelto un toro al corral, el más importante, en la última del cartel. Antes, su meritoria trayectoria ha estado jalonada de bises callejeros- parlamentarismo pedestre de bajo nivel en segunda lectura- junto con obispos y ultraparlamentarios. El presidente Marín se va sin conseguir que se callen, más o menos como el monarca con Chávez; por ritual pascual, ha sido despedido con ovación y vuelta al ruedo, que es como se reconoce al toro, con perdón, que bravamente y con nobleza, ha sufrido la lidia descompuesta e infame de martirios y mantazos por parte de una cuadrilla de tercera. Ni siquiera en esta ocasión la plaza ha sabido lo que es un silencio maestrante.

Javier Aroca es licenciado en Derecho y Antropología

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