Cultura

Flaco favor a Janácek

Crítica de la función lírica 'Diario de un desaparecido' de Leos Janácek que estos días presenta la Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza.

el 25 ene 2010 / 23:08 h.

Las atractivas imágenes de la puesta en escena del ciclo de canciones Diario de un desaparecido de Leos Janácek (1824-1928) y las generosas críticas que ha recibido este espectáculo proveniente del Teatro Real de Madrid nos hacían pensar en una sesión importante. No fue así. Ni tan siquiera se aproximó a algo que lindara con el término interés. Lo más grato que se puede decir de este montaje es que su brevedad convirtió la experiencia en algo totalmente olvidable y no lesivo.

De no ser por la hermosa música de Janácek, siempre tan atravesada de melancolía, un trabajo como el que propone en esta función Michal Znaniecki merecería volver al taller donde se gestó. Ya desde el inicio unos actores de dudosa preparación van guiando en grupos al público a través de lo que pretende ser una pequeña exposición que ha de servir para introducirnos en el ambiente de la dramaturgia musical que se nos va a contar. Sin embargo todo, desde esos primeros instantes, todo se antoja romo, caduco, un teatro de mesa de camilla con ademanes exagerados que sonroja más que lleva a ninguna parte.

Es justo decir que conforme se desarrolla la breve acción la puesta en escena ofrece algún destello visual de apreciable fotogenia pero ninguno de los personajes que la transitan atinan con unos movimientos torpes e inexactos. Tampoco mejora la representación –que se repite esta noche en la Sala Manuel García– en lo que concierne al apartado puramente musical, comenzando por un pianista, Riccardo Bini, que no fue capaz de extraer ninguna congoja de la extraordinaria Sonata 1.X.1905. Luego, como acompañante, cumplió su tarea, sin apuntalar nada especial, deletreando la partitura.

El protagonista, José Manuel Montero, atisbó algo del estilo de Janácek en su última canción, pero evidenció durante todo su difícil papel molestas tiranteces en el agudo, arrastró notas inconvenientemente y no resolvió matices más allá del forte. Mejor la mezzosoprano ucraniana Irina Zhytynska en un breve rol que solventó con una emisión amplia y un personal empleo del vibrato. Lamentablemente, la concepción escénica –por atenernos a una convención terminológica...– la obligó a permanecer todo el tiempo ante el público, primero dando vueltas luego asumiendo una identidad seductora. Al respecto del pequeño coro femenino, éste siguió la tónica y cada voz optó por tirar por su propio camino, sin concertación alguna. Janácek debe volver a ser reivindicado en el Teatro de la Maestranza con propuestas mucho más serias y ambiciosas.

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