En medio de tantas noticias construidas únicamente para lograr que aparezcan en la prensa aparece una iniciativa sensata, la de los empresarios de locales flamencos pidiendo que el arte andaluz por excelencia esté presente en la Feria de Abril como un elemento más de los que en el Real tienen conexión directa con el negocio. El huevo de Colón que nadie había cascado todavía quizás porque hasta hace muy poco -menos de lo que parece- ese arte no era lo respetable que ahora parece. Para demostrarlo tenemos una larga saga de películas españolas y para evitar el espectáculo bochornoso de la españolada, estos empresarios se han presentado con la Q de calidad en la mano, una letra que falta a muchas de las instalaciones feriales.
Puede que la introducción del espectáculo de flamenco con calidad en la Feria obligue a sus organizadores a quebrarse la cabeza, ya que sería necesario imbricarlo en el Real, o fuera de él con la solemnidad de las corridas de toros; nunca con características de instalación de extrarradio o de Calle del Infierno, pero terminaría con una distorsión secular: el flamenco aspira a las cumbres del patrimonio y, aun desterrado, fue el motivo más repetido en un siglo de carteles, el que más se usó para atraer visitantes.
Unos visitantes que, en muchos casos, han ido llegando para luego no saber qué hacer en aquel maremagno, con qué combinar el paseo, dónde meterse. De hecho, todos sabemos que muchas de las casetas de grandes dimensiones han cumplido ese papel para participantes en congresos y acontecimientos similares. De paso, tal vez la calidad certificada de esas casetas ayudará a que esa cualificación se extienda a las que ahora hacen del chim-pam-pum su nota dominante. Y eso sería mucho más importante para la primavera sevillana que el traslado a otro lugar.
Antonio Zoido es escritor e historiador
