Cultura

Fosforito el viejo y la funesta muerte del Canario de Álora

El Canario de Álora fue asesinado tal día como hoy de 1885 en Sevilla.

el 12 ago 2010 / 19:56 h.

A los pocos meses de publicar mi libro sobre El Canario de Álora (El cartel maldito), artista que fue asesinado en Sevilla tal día como hoy de 1885, encontré este importante documento de hemeroteca: la versión que dio del crimen el gran Fosforito de Cádiz en El Heraldo de Madrid del 13 de noviembre de 1929. Hay ciertas falsedades en sus declaraciones, como la de que Juan Reyes Osuna El Canario hirió primero con su faca a Lorenzo Colomer, su asesino; pero el documento tiene su importancia histórica y lo damos a conocer en el 125 aniversario de la muerte del artista:

"El Canario, por aquel tiempo, trabajaba mucho y bien. En el cénit de la gloria empezó a refulgir una nueva estrella que le hacía sombra a la aureola de divo de que gozaba: La Rubia de Málaga. Mujer en promesa, chavalilla que apuntaba muy notables condiciones para el arte jondo, y que muy pronto diezmó atrayéndose al coro de admiradores que la acompañaban, a modo de aureola, los más recalcitrantes canalistas. A los celos y rivalidades profesionales, El Canario añadió más tarde cierta propensión amorosa que los antagonismos disfrazaron de odio.

El caso es que El Canario tenía que cumplir sus compromisos artísticos en el café cantante del señor Manuel el Burrero, que regía los destinos de la catedral sevillana, en donde se contrastaban valores y recibían el espaldarazo los que se dedicaban a tan difícil modalidad, en ocasión en que se hallaba actuando La Rubia. El padre de la malagueñera vio con muy malos ojos y presagios funestos la llegada del rival. Sin pérdida de tiempo se fue en busca del señor Manuel para darle conocimiento de todo ello y aplazar si se podía el debut del Canario.

El Burrero no participaba de tan sombríos augurios, y a sus razonamientos le opuso el buen crédito de la casa y la formalidad que siempre había disfrutado el negocio. El progenitor de La Rubia de Málaga, fatalista como todos los de su raza, como las nostalgias supersticiosas que destilan las coplas, frunció el ceño, ensayó un gesto torvo y partió raudo, acompañado de los negros cuervos del pensamiento.

Y surgió el choque; y se alborotó la sangre en el potro de los instintos que todos llevamos dentro, enfrenado por las conveniencias sociales. En el puente de Triana, El Canario y el autor de los días de La Rubia se buscaron el corazón con toda la fiereza de los enemigos fuertes.

En los primeros asaltos el arma del cantaor tocó, corajuda, el pecho del rival. La sangre azuzó mucho más a los combatientes. El herido, a los pocos instantes, se tiró a fondo en un salto de felino y la hoja centelleante de la faca se adentró en la carne contraria hasta arrebatarle la vida. Pronto corrió la noticia: "¡Han matado al pobresito der Canario! ¡S'acabó lo bueno!".

¡Ya no cantarán los pajarillos del río, porque se ha muerto el rey de los vergeles! Hasta los oídos del señor Manuel el Burrero llegó la triste nueva con la velocidad de la pólvora. El dueño del café cantante soltó una blasfemia y tiró para el puente, dispuesto a comprobar la noticia.

En el camino se cruzó con el padre de La Rubia, que, muy entero, con la palidez de los momentos decisivos en el rostro y palabra firme, le espetaba como un lamento de los manes del sino esta frase: "¡Aquello tenía que pasar. ¿No se lo dije yo a usted?".

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