Cultura

Frente a la ilusión de Rodríguez, el naufragio de Dámaso González

Fieles a su sangre, más o menos a sus tipos y a sus pelos accidentados en blanco. Mansos y rajados los seis; más que toreables tres; y un lote para salir lanzado de Sevilla que desaprovechó lastimosamente un novillero de evocador nombre y apellido al que su ilustre padre -ese poderoso torero manchego- bien haría en apartar de un camino al que Dios no le ha llamado.

el 16 sep 2009 / 02:33 h.

Fieles a su sangre, más o menos a sus tipos y a sus pelos accidentados en blanco. Mansos y rajados los seis; más que toreables tres; y un lote para salir lanzado de Sevilla que desaprovechó lastimosamente un novillero de evocador nombre y apellido al que su ilustre padre -ese poderoso torero manchego- bien haría en apartar de un camino al que Dios no le ha llamado.

Porque al joven Dámaso González -que ya le ha dado unas cuantas vueltas a España como novillero- se le fueron de cabo a rabo dos novillos que en otras manos habrían sido de triunfo grande. Violentito y bravucón, el primero de la tarde mostró su calidad en cuanto Dámaso acertó a dejarle puesta la muleta un par de veces. El novillo se rebosaba con ese aire manso de esta sangre, abriéndose en las suertes pero regresando con bondad al engaño y desplazándose con clase, especialmente por el pitón izquierdo. La misma canción se iba a repetir con el cuarto bis, un novillo mansón, bronco en banderillas, que resultó mucho café para poca cafetera. Algo más temperamental en el inicio del trasteo, el toro se fue templando hasta meter la cara en la estropajosa muleta de González. Pero al manchego no le acompaña la planta y el corte y mucho menos, la mínima capacidad y ambición para estar delante. El fracaso fue más que sonado.

Y en estas estábamos cuando su paisano Juan Luis Rodríguez salió dispuesto a no dejar la oportunidad de triunfar en Sevilla. Pese a alguna laguna técnica, lo hizo gracias a su entrega, esa condición que tanto se echa de menos en la mayoría de los novilleros. A su primero había que hacerle las cosas bien, llevarlo siempre cosido a la muleta y no enseñarle la puerta ni una vez para que repitiera en el engaño y no consumara la huída que siempre estaba amagando.

Así supo hacerlo el joven diestro con algunas discontinuidades mientras el toro iba imponiendo sus querencias hasta hilvanar un trasteo entonado envuelto en sus ganas de agradar que le sirvieron para cortar la única oreja de la tarde. Esas ganas se iban a estrellar con la absoluta mansedumbre del quinto, que huyó hasta de su sombra. Con ese no podía ser ni con entrega.

Menos suerte tuvo el mexicano Calita, que despachó el lote con menos opciones del larguísimo festejo. El primero se desinfló y el ensabanado sexto sólo derrochó genio y violencia.

  • 1