Cultura

Frida Kahlo regresa y nos trae un nuevo fenómeno

Cuando se hace teatro llamado flamenco, y no sé por qué lo llaman de esta manera, por lo general es precisamente el arte flamenco lo menos cuidado, cuando, si encima estamos en la Bienal de Flamenco, debería ser lo esencial.

el 15 sep 2009 / 15:48 h.

Cuando se hace teatro llamado flamenco, y no sé por qué lo llaman de esta manera, por lo general es precisamente el arte flamenco lo menos cuidado, cuando, si encima estamos en la Bienal de Flamenco, debería ser lo esencial.

En Kahlo Caló, la obra que devuelve la vida a la pintora mexicana Frida Kahlo, el escaso flamenco que sirve de base musical y estructura escénica y coreográfica, es demasiado endeble, con cantes desafinados, ensalada de músicas y cuerpo de baile a años luz del verdadero protagonista de esta obra, que es Amador Rojas.

Las más de dos horas de espectáculo -dejando al margen el parón del descanso-, se dan por bien aguantadas sólo por ver bailar a este fenómeno; y no sólo bailar lo jondo y danzar lo andaluz, como lo hace: es que este artista interpreta su papel de Frida de una forma maravillosa, con una carga dramática tremenda sin resultar forzada.

Encarnar la figura de la pintora mexicana no era fácil y Amador Rojas borda su trabajo de interpretación y todo lo que baila, desde lo clásico español hasta lo flamenco, con pantalones y con bata de cola. Cuando la famosa Cuenca, de Málaga, se enfundó la taleguilla para bailar de hombre, en el siglo XIX, se llevaron las manos a la cabeza los puristas de la jondomanía.

¿Qué dirán ahora los puritanos del baile gitano-andaluz más castizo? ¡Un hombre con bata de cola! ¡A dónde vamos a llegar! Pues anda que no la mueve bien el nuevo fenómeno del baile; diríamos que asemejándose a Milagros Mengíbar, que es quien le ha montado el baile final en el que Frida, después de muerta, se enfunda una bata de cola negra y nos deja atónitos.

Todo un señor artista del baile flamenco y de la danza, que salva una obra larga y lenta, con un narrador, Alejandro Peña -el que encarna al también pintor y marido de Frida Kahalo-, que enfría el drama, porque la obra está bien estructurada desde el punto de vista teatral y no es primordial el narrador.

Están bien contados los distintos episodios de la vida de la pintora, desde el terrible accidente de tráfico que le privó de ser madre, hasta la muerte, pasando por sus éxitos en Nueva York como pintora y su extrañarelación con Diego Rivera, el célebre muralista y comunista mexicano. No hace falta ser un gran conocedor de la vida y la obra de la pintora para entender perfectamente que su existencia fue un drama constante, con la muerte siempre acechándola, con poliomelitis desde la infancia y ese dolor que para ella era mucho más duro que la invalidez física: el de renunciar a la maternidad.

Fue, sin duda, una superación desde la infelicidad para acabar lléndose todavía joven y bella. Pero, sobre todo, artista. Amador Rojas nos la ha hecho regresar bailando él y haciéndola bailar a ella, unas veces notándosele la cojera, y otras no. Es la pregunta que yo me hago: ¿Cómo podía bailar tanto una coja?

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