Cultura

Frontera y encrucijada

Un deslumbrante Dani de Morón pone en pie al público del Teatro Central acompañándose tan solo de su guitarra, de las palmas y de una pincelada de cante a cargo de Arcángel.

el 17 sep 2014 / 23:14 h.

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Dani de Morón demostró que sabe jugar con los tiempos y arrancar el sonido exacto que requiere el momento. / José Luis Montero Dani de Morón demostró que sabe jugar con los tiempos y arrancar el sonido exacto que requiere el momento. / José Luis Montero El sentido del cambio * * * * Escenario: Teatro Central. Guitarra: Dani de Morón. Compás y palmas: Los Mellis, Carlos Grilo y el Bo. Cantaor invitado: Arcángel. Aforo: Más de tres cuartos de entrada.

Son varios los artistas de esta Bienal que han expresado su voluntad de detenerse un poco, evaluar el camino recorrido y verificar el punto de su carrera en que se hallan. Hacen bien: el mercado flamenco amenaza convertirse por momentos en una carrera muy loca, y aquel que no ponga el freno de mano corre el riesgo de perder el rumbo y hasta la vergüenza. Luego cada cual hará su diagnóstico, claro. Dani de Morón, por ejemplo, decidió que entre su sobresaliente disco Cambio de sentido y el próximo quería medirse en una arena muy particular: la de la guitarra sola, acompañada únicamente por las palmas y por una pinceladita de cante. El equivalente taurino a encerrarse con seis toros. Y abrió la Puerta Grande.

Tardó en meterse en el concierto lo que en ejecutar la exuberante Malagueña del Sorbito a palo seco: primer aviso de la que iba a caer. No hicieron falta más, pues la soleá que vino a continuación, con los Melli acompañando con los nudillos sobre la madera, fue otra exhibición de poderío en todos los sentidos, arpegiando, modulando, ensayando melodías methénicas sin perder ni un ápice de jondura.

El concierto podía haber terminado con esa ración de caviar en cuchara sopera y el teatro habría aplaudido de pie. Pero cuando el respetable todavía estaba vibrando como un bordón, llegó la bulería: un verdadero cañonazo de luz disparado con un tempo trepidante, arrebatador.

De acuerdo, el de Morón es un intérprete rapidísimo, como hay muchos. Pero un buen guitarrista no solo debe asombrar volando sobre los trastes, también debe saber herir con la sonanta, de emocionar. En ese sentido, me gustó el modo en que el público sevillano supo contener la respiración en los pasajes más acrobáticos, mientras que los oles resonaban, encendidos, unánimes, al caer el sencillo y hondo rasgueo con el pulgar en el exacto corazón del compás.

Dani de Morón no lo ignora, y dedicó el resto del concierto a trabajar ese flanco de la sensibilidad, primero con una morosa farruca, luego con la envolvente y cálida rondeña, antes de llegar a los tangos. Un palo este último que me gusta especialmente en el toque de Dani, pues saca a relucir tal vez como ninguno su guitarra más cantarina, vale decir cantaora, siguiendo la senda que marcara Paco hace mucho. Pero también bailaora, y de qué manera: juro que en algunos momentos parecía que a la bajañí le fueran a salir brazos, piernas y volantes con lunares.

La exploración en las entretelas del espectador siguió por seguiriyas con Árcángel como voz invitada. El onubense tuvo un par de momentos críticos, que merecieron la indulgencia general porque acabó erizando la piel.

Alegrías -menos caleteras de lo anunciado, pero convenientemente pasadas por la salina- y de nuevo bulerías constituyeron el rotundo colofón a un repertorio en el que se puso de manifiesto el momento esplendente que vive el artista. Puede que en su generación los haya con mejores manos, pero él tiene la mejor cabeza.

La cara del guitarrista al final del espectáculo lo decía todo. Antes de llegar al camerino sabía que se había consagrado en Sevilla, y que la próxima vez las pocas filas del fondo que quedaron vacías en el Central se llenarán. Probablemente ha descubierto también que la frontera al final no era una línea, sino una encrucijada. Y que los cambios de sentido no despistan cuando se escoge el buen camino. ¿A partir de ahora qué? Me atrevo a vaticinar que los desafíos futuros de este músico no pasarán por el terreno de la técnica, de la que está sobradísimo, sino de los hallazgos compositivos. Lo seguro es que el de Morón nos tiene reservadas muchas y largas horas de felicidad.

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