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Fronteras de incienso

El mundo, en su continuo ajetreo, sigue revuelto. Cuesta comprender, más bien aceptar, que el universo de las certezas, de valores estables, de realidades inmutables, de horizontes previsibles, sólo puede ser sostenido en nuestra imaginación. ¡Gran pérdida!

el 15 sep 2009 / 00:39 h.

Es larga la historia de esta resina aromática. Desde antiguo en Egipto, India, Grecia, se usó para ofrenda a los dioses; incorporado por el judaísmo, su paso al cristianismo estaba allanado. Tiene incluso un discurso de género: no es lo mismo el incienso macho que el hembra; uno es mágico, el otro simplemente aromático. En unas sociedades tan hediondas se comprende su éxito inmediato, como su incorporación a lo sagrado: la divinidad no puede apestar tanto como los humanos, pensarían, debe oler bien, como mínimo a incienso. Por eso, las sociedades teocráticas incluyeron entre sus sacrificios las ofrendas perfumadas.

Otra arma contra la pestilencia eran las plantas: jazmín, dama de noche, romero, luchaban cada día en las calles por hacer retroceder los efluvios de las fétidas tajeas. Una parte de la civilización está marcada por el incienso, tiene sus fronteras físicas. Sin embargo, ese alcance físico se ha convertido para algunos, en frontera mental: cuando termina el incienso acaba su mundo. El aroma ha jibarizado sus mentes. Es como el localismo definido en torno al campanile, campanario: más allá de su sonido, el de su iglesia de pueblo, sólo existe la nada. A Les Halles, La Gran Pirámide, el Centro Pompidou, el Gran Arco parisinos, la Santa Caterina barcelonesa, el Guggenheim, el Reichstag berlinés, el Puente de la Opera londinense, el Kunzthause vienés, el Teatro Mariinsky en San Petersburgo nunca llegó el incienso, ni para la crítica ni para su inauguración. Fueron objeto, eso de sí, de acalorados debates y polémicas, hoy, no obstante, son el centro de sus ciudades. ¿Será verdad que Sevilla tiene un olor especial?

Licenciado en Derecho y Antropología

aroca.javier@gmail.com

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