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Fuera las corbatas

El incidente de la corbata que ha tenido como protagonistas a Miguel Sebastián y a José Bono ha traído a primera plana de la actualidad su uso, consecuencia de la práctica periodística de convertir la anécdota en categoría.

el 15 sep 2009 / 07:27 h.

El incidente de la corbata que ha tenido como protagonistas a Miguel Sebastián y a José Bono ha traído a primera plana de la actualidad su uso, consecuencia de la práctica periodística de convertir la anécdota en categoría. Las razones de fondo que han impulsado el comportamiento del ministro para prescindir de una prenda que se considera casi inevitable, y las del presidente del Congreso para recomendarla, son muy diferentes, y hay que decir que las del primero tienen mayor calado que las del segundo, pues difícilmente se puede sostener frente a la necesidad de ahorro de energía el prejuicio burgués de la corrección en el vestir como expresión de respeto a las instituciones. Pero no son estos temas los que quiero ahora abordar, sino el uso de la corbata por los hombres. Sin entrar en el origen de la corbata, que parece estar en los pañuelos que usaban los soldados croatas, ni caer en el recurso fácil de señalar su significado fálico, lo que parece cierto es que los hombres no han sabido desprenderse de esta prenda que los uniformiza y encorseta. Así como las mujeres en los años sesenta y setenta al grito de fuera los sostenes simbolizaron con su quema pública la revolución sexual, reclamando para sí el control sobre su propio cuerpo, los hombres como colectivo aún no han protagonizado una revolución similar. Siguen anclados en los viejos estereotipos de la masculinidad, pensando equivocadamente que no necesitan liberarse de un modelo que tan bien les ha funcionado, aunque sea a costa de definir su propia individualidad y aceptar sus limitaciones. Porque la desnudez, y prescindir de la corbata tiene algo de ello, nos separa del grupo y nos enfrenta con nosotros mismos; nos reta a construirnos desde nuestras posibilidades y asumir en solitario el juicio de los demás.

Pensemos por un momento que los hombres hacen su revolución y se quitan las corbatas, y hagámoslo con un punto de frivolidad. Después de la corbata puede venir la chaqueta, la camisa o el pantalón y entonces tienen que definir su imagen. Han de aprender a disimular su barriga cervecera porque ya no cuela ni la cubana para los mayores ni la camiseta para los jóvenes; tienen que decidir si enseñan esas piernas cortas y rechonchas o musculosas, con un short, o se ponen un pantalón, aunque al otro día toca otra cosa porque no se puede repetir. Tienen que reflexionar si usan una camisa, decidir su colorido, si es de dibujos o lisa, si abrochada o no, para no enseñar la melena pectoral que este año ya no se lleva. También han de tener en cuenta los zapatos, que no tienen que ser necesariamente cómodos, pues la moda no tiene en cuenta siempre este aspecto. Y han de considerar muchas más cosas, pues cuando salgan a la calle habrá un grupo de mujeres dispuestas a fijarse cómo van para hacer todo tipo de comentarios. También la compañera del trabajo se quedará mirando descaradamente a sus piernas o a su barriga o a su trasero, en fin; la jefa hará otro tanto de lo mismo y si no le gusta lo ignorará por otro con mejores glúteos o pectorales. Igualmente le pondrán un mote relacionado con su físico, y entonces tendrán la tentación de esconderse tras una corbata y una chaqueta, de alinearse con el grupo, de disolverse en la masculinidad, pero puede ser también que alguno descubra en sus propias carnes la injusticia de una sociedad que mira a las mujeres por su aspecto y a los hombres porque sí.

Rosario Valpuesta es catedrática de Derecho Civil de la Pablo de Olavide

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