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Cultura

Fusión plena de estilos en una 'Vida breve' con visos antológicos

Arropada por el fasto de la Bienal de Flamenco, la Sinfónica de Sevilla inauguró su temporada de abono con una lectura de la obra que reunía tintes de gran acontecimiento. José Mercé acompañó a la Sinfónica de Sevilla en la ópera de Manuel de Falla. Foto: EFE

el 15 sep 2009 / 11:39 h.

"Sin vana literatura ni inútiles ternuras, con una simplicidad de medios que llega a la sequedad". Con estas palabras saludó el crítico Vuillermoz el estreno en 1913 de La vida breve en el Casino de Niza.

Desde entonces hasta hoy muchas versiones de la obra se han sucedido y muy escasas han sido las satisfactorias. El peculiar y acerado estilo de Falla, la ampulosidad de los momentos sinfónicos-corales, el casticismo que impregna el drama y la querencia por el folklore hacen de la Vida breve una obra angulosa, caleidoscópica.

Arropada por el fasto de la Bienal de Flamenco, la Sinfónica de Sevilla inauguró su temporada de abono con una lectura de la obra que reunía tintes de gran acontecimiento. Así fue, y no sólo por la reunión en el escenario de la ROSS, el Coro Nacional de España, la mezzo Nancy Fabiola Herrera, el cantaor José Mercé y la bailaora Lola Greco, sino por la perfecta conjunción de fuerzas y por el sentido de cohesión con el que Halffter dotó a la obra.

Con un aire de ritual, el coro masculino entonó la primera frase, transportándonos al rudo marco de una fragua. En apenas unos acordes, Halffter ya estaba situando la pieza en un marco europeizante, alejado del folclor de libro con el que a veces (demasiadas) se interpreta a Falla. La estética modernista de la orquestación del gaditano fue especialmente resaltada en los momentos corales. La batuta cuidó los enfrentados climas de una obra que crece como un titán cuando alcanza el forte -mención expresa a la archiconocida danza-.

En el capítulo vocal, la mezzo Nancy Fabiola Herrera eclipsó al conjunto con una voz soberbia en el agudo, con el centro bien situado y de dicción correcta, sin la afectación forzadamente andaluza con la que recubrieron el cantar parlando los otros solistas. Su descubrimiento en el papel supuso una de los puntos más gozosos de una producción que debería tener más recorrido allende las fronteras de esta Bienal.

Aunque a algunos no les gustara, fue el propio Falla quien indicó la posibilidad de abrir ventanas en la partitura al cante jondo. Halffter dio carta blanca a José Mercé y a Moraíto Chico, y cuando éstos se arrancaron por alegrías tras una colérica intervención del algo gritón Coro Nacional, difícil resultó no estremecerse aunque sólo fuera debido a tan inusitada asociación instrumental; del fragor orquestal al rasgueo de las cuerdas, de la voz lírica al timbre gitano y terroso del jerezano. Tres interludios tuvo para sí Mercé, quien luego acometió una soleá y una tercera bulería ligada con soleá que ya resultó algo más reiterativa por lo alejado de ésta con respecto al tono instrumental del final de la obra.

En el baile, Lola Greco y Francisco Velasco se adaptaron al mínimo espacio entre el coro y la orquesta aportando color a los dos momentos sinfónicos más célebres de la obra. Queda al final, tras el repaso a una sucesión de acertados engranajes, una queja: la falta de sobretítulos. La ausencia de ellos hizo difícil seguir el hilo de la trama.

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