Cultura

'G.I. Joe': Objetivo: ¡epatar!

el 16 sep 2009 / 06:55 h.

Lo nuevo de Stephen Sommers (que ya forma parte de ese agraciado grupo de realizadores que algún día, de seguir así, acabarán por dilapidar el arte de hacer cine) tiene mucho de muchas cosas: mucha chulería, mucha frase lapidaria, mucho diálogo intrascendente, muchas peleas, mucha (muchísima) acción), más explosiones y planos rápidos, mucho efecto digital, mucha testosterona mal repartida, mucho malo recalcitrante, mucha pose, mucha más chulería, mucha tecnología imposible, mucho bueno imposible, mucha situación previsible, mucho golpe de guión plagiado de mil sitios diferentes... ¿he dicho ya que mucha chulería?

El problema de la adaptación que el realizador de La momia (a la postre su único buen filme, todo hay que decirlo) hace de la famosa línea de juguetes de Hasbro (y esta última frase debería ser un oxímoron en un mundo perfecto) no es lo que tiene de mucho, sino lo mucho que tiene de poco.

Y es que G.I. Joe tiene muy poco de seso, muy poco guión, muy poca calidad interpretativa (¿qué narices le ha pasado a Dennis Quaid?), muy poco respeto por la inteligencia del público, muy poco interés por quedarse en el recuerdo del espectador más allá de un par de días horas, muy poco sentido de la coherencia argumental, muy poco de originalidad, muy poco carisma, muy poca vergüenza, muy poca imaginación de parte del departamento musical (¿qué diantres le ha sucedido a Silvestri?) y, en definitiva, muy poco de eso que hace que algunas películas pasen a la historia y no sean pisoteadas por la misma, algo que irremediablemente termina pasando con este circo de veinte pistas en el que no hay tiempo para pensar, sólo para exclamar "¡ohhh!" mientras nuestras neuronas van muriendo minuto a minuto por millones.

  • 1