García-Alix en estado puro, en palabra y en imagen, y sobre todo en persona: ésa fue la razón por la cual la antigua iglesia de Santa Lucía, que actualmente acoge el Espacio Iniciarte, registró lleno absoluto el pasado jueves. El acto en cuestión, organizado por la Consejería de Cultura, arrancó con la presentación de Paraíso de los creyentes, proyecto de título borgiano en el que actualmente trabaja el célebre fotógrafo leonés. “Tengo más referencias literarias que visuales”, afirmó el artista, que desliza en medio de su faena algunos guiños a escritores como Joseph Conrad o Louis-Ferdinand Céline.
Chupa de cuero, pendientes, tatuajes, patillas canosas y ronquera crónica, Alberto García-Alix mantiene a sus 54 años todas sus señas de identidad, por no hablar de su inveterada pasión por las motocicletas y su atracción por el lado oscuro y salvaje de la sociedad, que lleva tres décadas retratando. Sin poder reprimir el impulso fumador ni siquiera durante la charla, el fotógrafo quitó importancia a los piropos que recibe por doquier. “Creo que lo puedo hacer mejor y echar más horas, el problema es encontrarlas”, dijo.
Presentado por el director del Centro Andaluz de la fotografía (CAF), Pablo Juliá, García-Alix explicó que esta nueva línea de trabajo abarca imágenes pertenecientes a su primera época como otras de su producción reciente. Y se refirió a lo doloroso que le resulta a menudo volver sobre sus viejos trabajos, un ejercicio de memoria que se le hace muy duro. “Hay una parte emocional en estas fotografías que es la que más me afecta. Cuando las veo me vuelve una catarata de recuerdos: se ve uno mismo, los que te acompañaron, y comprende el fracaso de todos. Quiera o no quiera, entablo un monólogo interior. Me obliga a una gran comprensión, también a asumir el paso del tiempo, a pensar que no le puse mucho interés a la vida, que podía haberle sacado más partido. No creo que haya tenido experiencias intensas”, agregó.
El fotógrafo se dejó llevar por la memoria para evocar “el tiempo en que prácticamente no tenía material, con un carrete me daba para una semana”, y desveló algunas de las emociones que le sobrevienen cuando trabaja. “Una cámara nos obliga a mirar, es una presión infinita. Mirar nos obliga a asumir lo que vemos y a reflexionar sobre ello.
Decidimos si lo que vemos nos gusta o no, y por qué. Qué debo hacer, eso es lo que me pregunto constantemente”, explicó. “Desde muy joven sentí que lo que miraba me pertenecía. Yo decidía dónde y cómo mirar”.Y donde decidió mirar Alberto García-Alix fue, para empezar, a su alrededor. A aquella juventud urbana que estaba a punto de estrenar democracia después de la larga noche del franquismo, y se disponía a comerse el mundo sin detenerse a pensar que el camino estaría lleno de trampas. Rockers, aguerridos moteros, yonquis, prostitutas, transexuales, la iconografía de este fotógrafo es una prolijo mapa de sueños rotos, de rebeldes derrotados y seres perdidos a los que el objetivo singulariza y dignifica. “Todo ha ido madurando”, prosiguió el artista. “Hoy cuando miro, tiendo a interrogarme: ¿qué me dice lo que veo, qué me pulsa? Es la búsqueda de ese latido lo que me obliga a mirar. Sólo se ve la foto cuando se lleva uno la cámara a los ojos. La cámara acota el espacio, y es ahí donde tenemos que reinventarnos”.
También aceptó García-Alix que las crisis de creatividad afectan, en mayor o menor medida, a todos los que abrazan esta profesión. “La fotografía va unida a los vaivenes de la vida. Pero al mirar por la cámara lo real deja de serlo, y empieza el camino de la búsqueda. Intento buscar la virtud de lo que miro”, aseveró el ganador del Premio Nacional de Fotografía 1999.
En cuanto a la interacción de imagen y palabra de Paraíso de los creyentes, explicó que “las fotos ya estaban, e intenté ponerles palabras. Las fotos son una pulsión poética, una idea que sale de mis tripas, y que a veces nacen incluso con el título”.
Sobre la fuerte carga sexual de algunos de sus trabajos, García-Alix comentó que“durante un tiempo me dio por retratar porno. Me hice amigo de gente de esa industria y me seducían los personajes. Hice desnudos donde buscaba un retrato. Y creo que lo conseguí cuando muchos me dijeron que con mis fotos no podían masturbarse. Acababan fijos en los ojos del sujeto, y en ese momento se pierde el erotismo, porque te están cuestionando. La frontalidad es un desafío”.Por último, Alberto García-Alix advirtió sobre la a menudo conflictiva relación entre la realidad y el arte, e hizo ver que “la fotografía ha usado siempre, prácticamente desde sus orígenes, un lenguaje cinegético: cazar, tomar, pillar, atrapar, congelar... Nació con eso. Una foto detiene el tiempo, lo congela. Una vez que apretamos el botón, ya no somos como somos: somos como éramos”, dijo. “La cámara ha sido para mí un camino de conocimiento, una forma de educar los ojos. La considero como un pincel, como un cuarto de juguetes. Es el espacio donde inventarme y donde reconocerme. No creo que lo que revela sea la realidad”, apostilló.
Preguntando el público por la posibilidad de consultar los textos leídos en Iniciarte, García-Alix afirmó que de momento no es posible, “porque, si lo publico ahora, todo se quedaría enteramente a la mitad”. Algo que no es del todo exacto, porque un generoso avance de Paraíso de los creyentes ha visto la luz en el libro colectivo Las palabras y las fotos. Literatura y fotografía, publicado este año por el Ministerio de Cultura y PhotoEspaña bajo el cuidado de Ferdinando Scianna y Antonio Ansón.